sábado, 5 de agosto de 2017

RATÁN


    —Elegir con cuidado un punto del aire.
   Así sonó la voz ronca del abuelo mientras lo hicimos sentar y lo disfrazamos de bebé espacial. Él nos dejaba, éramos siete, alguno lo hacía poner de pie y lo trasladaba a la sombra y luego invitarlo al sillón de ratán desde donde podía apreciar los últimos rayos de sol.
   Esa noche casi nos olvidamos del abuelo, los grandes ni preguntaron, para ellos era invisible. El abuelo, semidormido, prefirió quedarse allí. Lo tapamos con una frazada. Flor llevó su bolsa de dormir y se tiró a su lado. Al final terminamos los siete alrededor del abuelo. Era luna llena, el abuelo no dijo nada, pero yo lo veía cuando miraba cómo crecía la luna por las noches.
   Cuando despertamos, muertos de frío, el abuelo tenía los ojos entreabiertos. Los grandes, anoticiados, corrieron a verlo. Ellos, que nunca lo miraban de vivo ahora ansiaban verlo de muerto. Hasta el tío Antonio pretendió cerrarle los ojos. Entre los siete se lo impedimos.  Los grandes retrocedieron. Flor salió del grupo y les dijo que lo dejaran un rato allí. Seguro había encontrado un punto del aire, se hicieron amigos e iniciaron un viaje con el punto.
    Cuando quisieron acordar, el sillón estaba vacío. No se convencían que el abuelo se había ido cuando encontró lo que buscaba.

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