La Feria del
Libro de la villa Tandil, resultó patética. Los stands, cuatro palos y un
tablón sin lijado y fuera de escuadra, pasillos que conducían a diferentes
presentaciones.
—¿Para qué fuiste?-Pregunta
la Negra, mujer de campo, fuerte y rebelde, lo único auténtico del pueblucho,
mi amiga del corazón-.
Le hice una
descripción somera.
—Entré en el
Salón de los Espejos, que no tiene espejos, lo hice por mi Profesora de Taller,
la única persona que empuja a escribir con placer y me presenta autores que
desconocía, valiosos algunos. La presentación de un libro colectivo, que se ha
presentado unas cuarenta veces, esta vez por una escritora de Bs As, que no
tenía la más puta idea de los cuentos, deduje con mi marido, que leyó el
prólogo, se hizo unos pesitos y chau carajo. Mi Profesora y una compañera
Presentadora, eran las únicas que hablaban de corrido. De pronto faltó el aire,
emergió olor a lugar sucio y a gente sin ducha previa. Daba vergüenza ajena.
Pasaron un video, que no merece comentario alguno. Salí del lugar porque me
desmayaba. Di una vuelta por los stands, ¡Había libros! Ninguno tenía precio,
gesto antisocial, se respiraba masonería soterrada.
Escribo desde
los nueve meses y lo seguiré haciendo, no soy buena cuentista, pero me
divierto. Nos perdimos el epílogo que era comer en un restorán, no teníamos un
goman.
Llamó la Negra
—¿Vienen a comer? Verdura de quinta, tartas de salvado y vino casero…
—¡Sí, vamos para
allá! La última vez que fuimos a ese restorán que convinieron todos, vomitamos.
Espero que a los que fueron no les haya sucedido igual.
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