domingo, 6 de agosto de 2017


   Odio que me llamen a comer cuando inicié una historia para quitarme la histeria.
   Tengo que ir. Hace tres días, cuando él no me ve, tiro la comida a la basura. Hoy tengo manos intermitentes y la barriga hace ruidos de arroyo seco. He vuelto tanto sobre lo escrito, busco palabras y las encuentro cursis, fritas en aceite usado. Suena el teléfono, mi mejor amiga, no sé si es mi mejor, pero es la única. —Los chicos bien?
   —No sabés, divinos.
   —¿Y vos, sin el cuadro familiar?
   —Y bueh, hago quinta, pero con dos meses de lluvia y humedad, imagínate, está todo pachucho.
   —Disculpá, Negra, van dos veces que llaman a comer, te hablo el viernes, tá?
   —Tá, beso.
   Somos uruguayas y se nos ocurrió instalarnos en el país que se dice, hermano,  como mi hermano, más o menos.
   Las dos teníamos unas parcelas y algunas vacas.
   Los impuestos desmesurados de la perra, nos dejaron en bolas, pero sin gritos. Odio permanente y el que no odia en Argenta, que levante la mano, fija que el tipo es latrocida.
   Acá hay más canallas que canillas.
   Encima tomé vino y me retaron porque era para mañana. Los hombres son más bestias que las minas ¿Cómo tienen la plena seguridad que habrá mañana. La pura queja, debe ser lo único que sobra aquí en la tierra. Me retracto, las minas también son bestias, lo confirma andar en una moto, con dos niños adelante y uno atrás, mientras hablan por celular. Nos vemos, loco, todo bien.                                                                                                                                                   

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