sábado, 30 de mayo de 2020

CALLE 44


   Cuando recién me ingresaron, tenía la presión tan alta, veía que cada cosa era múltiplo de cuatro. Un brazo que no sentía lo pellizcaba, lo arañaba y hasta apagué un cigarrillo en el hombro. Metí la mano en una cacerola con agua hirviendo, quemaduras de tercer grado. El traslado en ambulancia, con sirena a decibeles tan altos, me hizo sentir alfileres que se clavaban en la mitad de mi cuerpo.
   Me dejaron esperando en un pasillo. Dos Enfermeras dijeron que en unos minutos tendría mi cama definitiva. Pasó una camilla con un hombre tapado hasta la cabeza. El lugar que dejó él fue ocupado por mí. Pasé de la camilla a la cama. Un Médico que ni miró, recomendó una inyección inmediata. Cuando desperté, al lado mío, había otra cama y después otra, todas eran múltiplo de cuatro. Pabellón 4°, largo y angosto. Hay una ventana al costado, tiene geranios y malvones, a veces vislumbro a mi Abuela diluida, viene a regar las plantas cuatro veces por semana. Es raro, porque mi Abuela murió hace mucho.   Duermo y despierto con las flores, si tengo suerte con sol.
   Escucho los pasos del Médico con sus alumnos, rodean mi cama y una Enfermera me destapa y me desnuda. Me revisan sin saludar y se dirige a los alumnos: —Este hombre se contagió de otros contagiados, que vinieron de Italia.
   No tengo visitas, no dejan pasar a nadie.
   —Doctor, quiero saber cuál es mi diagnóstico.
   Cuando me responde no escucho nada y soy consciente, he preguntado con una voz que no emite sonido alguno. Recibo cuatro inyecciones por día. Ésas sirven para volver a ser chico, recupero los juguetes, el triciclo y mi Mamá, que me acaricia la frente mientras dice: —Ya va a pasar, ya va a pasar. -Y lo repite cuatro veces más-.

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