lunes, 25 de mayo de 2020

EL AGUJERO


   Las hojas amarillas están pegadas al piso. Las que aman pasar la escoba por la vereda y el cordón, el día de hoy lo suspendieron.
   Hay una Vecina que trataba mal a sus hijos, los chicos se hicieron grandes y los mandaba a barrer la vereda. Yo miraba a los tres fregando, para quitar las hojas. Las hojas las tiraban donde comienza mi casa.
   A mí no me importaba, las hojas secas son humus para la tierra. Donde dejaron el montículo, empezaron a salir tréboles de cuatro hojas, el sol de la tarde invitaba a la reposera. Cerré los ojos para descansar y comí el último bombón que tenía en la mano. Sentí una puntada en el ojo derecho y algo que se ensañaba con fuerza, una caña larga seguía perforando. Los Médicos hicieron lo posible. Me dijeron que perdí mi ojo derecho. Volví en un taxi y llegué casa.
   Cambié de idea y me presenté en la Policía para hacer la denuncia. Tardaron tantos días en detenerla, me miraba en el espejo con ese agujero negro. Escuché que la Vecina barría la vereda con tanto empeño, con el impulso de la locura. Tomé un leño con diez clavos en la punta, me acerqué descalza y le di tres veces en la cabeza, en la cara y en todo el cuerpo. Cayó muerta sobre los tréboles, no aplastó ninguno. Los hijos miraban tras las rejas, los tres me sonrieron, tenían lastimaduras y el chico la cara desfigurada. Por primera vez los vi sonreír. Abrí la puerta cavilando dónde sentarme. Volví a mirar en el espejo, imaginé la profundidad del agujero negro, era único modo de mirar. Mi ojo izquierdo siempre fue ciego.
   A mí no me importa, yo aprendí a mirar con mis sentimientos.

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