—Yo soy Irma la
dulce.
Y Cacho, el
Jefe, le contestó: —Yo soy Cacho el salvaje.
Irma era nueva y
no era dulce, era amargada la pobre.
—Agustín, a ver
si conseguís un lugar para esta chica.
La conduje a una
silla que estaba frente a mi escritorio. El pelo negro le tapaba la cara, por
debajo de su flequillo había unos ojos de brasa, de un verde intranquilo. La
boca le temblaba de miedo, tal vez porque se sentía mirada por todos. Estaban asombrados
que hubieran tomado otra empleada. Empleados era lo que sobraba.
Le dije en
secreto, que tenía el primer botón desprendido.
—Es que si me lo
prendo me ahogo. ¿Vos decís que se me ve mucho?
Allí comprendí
que le hablé mirando las tetas.
—No, así está
bien, tengo algo divertido para mirar, vamos a trabajar, ¿sí? Tenemos que
llevar esta pila, es pesada para vos sola.
La puerta que
debíamos usar era angosta, pasé yo, la pila, pasó ella y listo. Faltaba el
regreso, encaramos juntos y nos atascamos de frente en el vano de la puerta.
Logramos despegarnos del lado interior del archivo. Di una vuelta a la traba y
volvimos a nuestro encastre.
A Irma pareció
gustarle, porque me dejó sin aliento. Me dieron ganas de vomitar cuando metió
su lengua hasta tocar mi campanilla. La gambeteé con mi lengua y ella reculó, “relenguó”
es la palabra indicada. Se dio vuelta con oficio, se escuchó el sonido de un
cierre y luego su mano, condujo el resto en lo mejor del final.
Un puntapié
abrió la puerta, era Cacho el salvaje, que no tardó nada en ver cual era la
situación. El calzón de Irma colgaba de un gancho y mis pantalones, hacían un
acordeón en mis tobillos. Cacho la agarró del pelo.
—Este trabajo te
lo conseguí yo, ¿no le contaste a tu violador, que soy tu amante? ¿o vos lo
violaste?, sos capaz! Como hiciste conmigo.
Irma abrió su
cartera y sacó un revólver, le apuntó a Cacho.
—Soy policía y
estoy aquí porque soy Oficial de la Primera. Mi función es investigar los
posibles culpables de un crimen pasional. Sucedió en este lugar. Te canto la
justa: sos el primer sospechoso. Por eso te di bola, ¿o vos te creías que era
por tu linda cara? A mí me mandaron y a las pruebas me remito, es un asco hacer
el amor con alguien que no tiene lo que Agustín, a quien tuve el gusto de
conocer, recién me hizo sentir el universo. Ahora date vuelta.
Cacho obedeció,
ella guardó el arma y lo esposó.
—Tapate con tu
campera, cubrite las manos, para que no vean tus compañeritos. Caminá adelante,
yo voy por atrás, te acompaño hasta la calle, hay un Movil Policial, subí sin
abrir la boca, vaya, vaya, vaya.
Yo los seguí
como un imbécil. Irma me tomó de la corbata y me subió a su auto, bajándome la
cabeza como a los delincuentes.
—Perdoná,
Agustín, es un reflejo que me dio esta profesión.
Yo me dejé.
—Decime Irma, ¿a
dónde vamos?
Me miró la
bragueta mientras daba vuelta el volante. Colocó en un costado del techo una
sirena roja.
—¿Por qué tan
rápido?, te digo que es bárbaro, se abren todos.
Tenía una mano
en el volante y la otra en mi bragueta.
—Tranquilo, que
llegamos a mi bulín.
—¿Y qué me
harás, Irma?
—No te hagas el
boludo, vamos a terminar lo que empezamos en ese lugar mugriento.
En el trabajo
secreteaban: —Faltan Cacho, Agustín y la nueva.
Y otro contestó: —No olviden que hubo un
crimen en este lugar. A lo mejor los llevaron a declarar, los tres tienen
antecedentes.
Algunos fueron a
mirar el sucucho de los expedientes, lo único que se movió a uno y otro lado
era un calzón de mujer.

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