—Mi nombre es
Ferdiduke, vengo para asentar una denuncia. Soy dueño de una casa en altura,
que parece un castillo, hay alguien que merodea y roba ladrillos de mi casona.
Robó tanto que el castillo está inclinado, la ventana de la cocina no se puede
abrir, está enterrada. Quiero que antes que se derrumbe, ustedes intervengan,
hacer algo, por lo demás yo les ayudo a investigar.
—Siento mucho su
pérdida. Falta personal y armas. Mientras tanto busque en todos lados, durante
el día y durante la noche también.
No dormí dos
días consecutivos, al tercero encontré todas las ventanas abiertas con las
cortinas volando, tan alocadas como las más de ochenta personas brindando.
Llamar a mi propia casa daba miedo, porque eran muchos adentro, se pasaban pipas
de agua, joins y algo blanco que ponían en fila, aspirando de a uno. En un
costado de la casa, habían construido un cubículo con los ladrillos que
robaron, había una cocina y un humo con olor raro. Golpeé las puertas de mi
casa, fueron muy amables, me invitaron a pasar, una copa de champagne, que no
sé cómo vino a parar a mis manos. Una mujer vestida del 1900, me dio cinco
pitadas y dijo que me metiera en el toilette, para que tome ese sobrecito. Por
curiosidad probé, me forró toda la boca. Me lavé la cara y las energías que
tenía, más un revólver, los fiesteros se fueron de una, más por el arma que por
mí. Junté los petates que dejaron y fui a la Policía, a presentar la denuncia.
—Seguimos con
escaso número de policías. Nuestras camionetas se encuentran en reparación,
pero veamos lo que nos trajo. Es interesante, hay por lo menos 200 papelas
gorditas. Voy a llamar al distribuidor, que anda en moto y empezamos el
reparto. Vivimos de esta porquería. Hace tres meses que no percibimos sueldo y
estamos protegidos porque somos policías. Tenemos clientes fijos, que no andan
con chiquezas. Si usted gusta participar, lo nombro policía ad honorem, a
cambio muéstreme dónde queda la cocina.

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