jueves, 28 de mayo de 2020

EL DESALOJO


   —Mi nombre es Ferdiduke, vengo para asentar una denuncia. Soy dueño de una casa en altura, que parece un castillo, hay alguien que merodea y roba ladrillos de mi casona. Robó tanto que el castillo está inclinado, la ventana de la cocina no se puede abrir, está enterrada. Quiero que antes que se derrumbe, ustedes intervengan, hacer algo, por lo demás yo les ayudo a investigar.
   —Siento mucho su pérdida. Falta personal y armas. Mientras tanto busque en todos lados, durante el día y durante la noche también.
   No dormí dos días consecutivos, al tercero encontré todas las ventanas abiertas con las cortinas volando, tan alocadas como las más de ochenta personas brindando. Llamar a mi propia casa daba miedo, porque eran muchos adentro, se pasaban pipas de agua, joins y algo blanco que ponían en fila, aspirando de a uno. En un costado de la casa, habían construido un cubículo con los ladrillos que robaron, había una cocina y un humo con olor raro. Golpeé las puertas de mi casa, fueron muy amables, me invitaron a pasar, una copa de champagne, que no sé cómo vino a parar a mis manos. Una mujer vestida del 1900, me dio cinco pitadas y dijo que me metiera en el toilette, para que tome ese sobrecito. Por curiosidad probé, me forró toda la boca. Me lavé la cara y las energías que tenía, más un revólver, los fiesteros se fueron de una, más por el arma que por mí. Junté los petates que dejaron y fui a la Policía, a presentar la denuncia.
   —Seguimos con escaso número de policías. Nuestras camionetas se encuentran en reparación, pero veamos lo que nos trajo. Es interesante, hay por lo menos 200 papelas gorditas. Voy a llamar al distribuidor, que anda en moto y empezamos el reparto. Vivimos de esta porquería. Hace tres meses que no percibimos sueldo y estamos protegidos porque somos policías. Tenemos clientes fijos, que no andan con chiquezas. Si usted gusta participar, lo nombro policía ad honorem, a cambio muéstreme dónde queda la cocina.

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