No puedo
escribir una mísera poesía y tengo que presentar un trabajo, me vuelve loca la
impotencia. Perdón si cambio de tema. Me enfermo en las filas del Super, la
Verdu, la Farma.
La gente que va
con el cochocho en la mano y manda mensajitos. No hablan conmigo ni entre
ellos. Es terriblemente desalentador. Esta Corona me hizo fumar, había dejado y
para descargar, fumo, ni siquiera Particulares, cualquier marca, lo que venga.
Además no hay, no traen y el que tiene te cobra lo que se le antoja. Hoy mi
Cuñado, que es Médico, condimentó la paranoia con el agregado que además del
barbijo, hay que llevar anteojos, porque es otra de las posibles entradas. Un
día me va a decir que hay que meterse un corcho en el culo, previamente
sumergido en alcohol gel. Me confundí y lo sumergí en lavandina. Me rocío con
alcohol gel cuando vengo de la calle, con tanta mala suerte que usé el rocío
con lavandina para mi mejor sobretodo de diseño, carííísimo. Bueno, ahora,
tiene lunares blancos con forma de huevos
fritos.
Otra cosa que
lamento es ser yo, con este carácter de mierda y encima polipolar. Tengo una
Psiquiatra que trata de contenerme, entrar a ese consultorio!, me recibe
forrada en un mameluco blanco, me hace sacar los zapatos y los tengo que dejar
afuera. Usa barbijo de acrílico y debajo otro estampado.
—Tomando los
recaudos del caso, te puedo atender.
Soy la más
antigua de todos sus Pacientes, tomo el doble de la medicación y de eso no le
cuento. Me muestro simpática y afable, le hago creer que no me pasa nada, no
quiero preocuparla. ¡¿Cómo puedo ser tan bestia?! Si mientras dura la sesión,
no aprovecho sus señalamientos, es porque no la escucho. Mi Marido, similar a
un Acompañante Terapéutico, se aguanta que le pregunte:
—¿Apagaste las luces
del auto? ¿Trajiste las llaves de casa? ¿Las del auto las tenés?
Cosa absurda,
porque tiene el auto en marcha y las llaves están ahí.
No discrimino,
puteo a cualquiera, por “quítame de aquí esas pulgas”. Lo Llamo a mi Hijo que
vive en La Plata y yo en Tandil: —Mamá, te tengo que dejar porque estoy
viendo una serie en Netflix y vos me interrumpís.
Lo llamo a la
noche: —Mamá, me estoy cortando las uñas de los pies, mientras hablo con vos,
te llamo mañana.
Y al día
siguiente, el soberbio perverso no me llama un carajo. Habla con el Padre y lo
primero que le pregunta es: —Ché, ¿cómo está Mami?¿Te trata bien? ¿No anda
haciendo papelones por ahí?, Padre, pedile que por lo menos no putee a los
canas.
Tengo insomnio,
me levanto y me pongo a escribir disparates increíbles. Vivo desinfectando toda
la casa, todos los días. A mi Acompañante Terapéutico lo mando a lavar las
manos cada media hora. Decidió no darme más bola. Mejor, me peleo conmigo
misma, de paso no jodo a nadie. Leo en el baño, hay una biblioteca al lado del
inodoro, no sé para qué leo si al final, no sé qué dijo quién ni por qué.
Tengo el odio a
flor de piel, los Vecinos inundan mi jardín con el humo de sus asados
imprevistos, me subo al tablado de la pileta y les grito que paren de comer
carne, que coman verdura vaporizada. El encierro me está matando. A veces
siento que nos están matando a todos, para que no quede nadie en la Tierra. La palabra
que más odio es PROTOCOLO, que tiene una rara semejanza con Proctólogo.
Voy a parar aquí
porque después de todo, está todo fenómeno. Mejor diría que esto es un fenómeno
insufriiible. Basta, voy a dormir a la cama, para ver cómo no puedo dormir y me
sale tan natural, que hace tres días que no duermo.
Hasta mañana,
que sueñen con los angelitos.

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