Mi Viejo decía
que cuando uno estaba mal, no tenía que mirar para abajo, había que mirar para
arriba, al techo, a la ventana, al cielo, a la luna de día, un fantasma de la
noche.
—La chica que
estudia con vos, fue bendita por gestos decididos, ojos que miran a los ojos,
el formato o el color no interesa, pero sí la mirada. Ese cuello perpendicular
a la tierra, esas manos que bailan cuando habla, dedos mansos uñas cortas. La
luz que emana de su cabeza, no de su pelo. La boca concentrada que se estira hacia
el mentón, de la duda sostenida. Cuando se ríe y los labios le trepan a los
dientes torcidos, lo más importante es su risa acampanada y salvaje como los
animales. Se orienta por su olfato, proviene de una nariz montañosa y orificios
desfasados, pero lo que tiene grandeza son sus suspiros inefables y hay más,
seguro. Tenés que buscar.
—Decime, Viejo,
¿vos te enamoraste del bagallo que estudia conmigo?

No hay comentarios:
Publicar un comentario