La Señora va a
la verdulería, conoce al Verdulero de antes y de antes de antes.
—Dos kilos de
papa lavada.
El tipo le abre
el escote y deja caer las papas.
—No tenemos bolsas.
—Para eso traigo
esta remera elastizada, que se estira largo y ancho, me la trajeron de Miami. Quiero
verdurita, tres y tres sin nabo. Media docena de bananas y perejil, me
olvidaba.
—Lo que pidió se
lo puse en la remera, le agrego en las mangas chauchines y el perejil, corra la
bombachita y se lo pongo en el culo, con los tallos para adentro. El Don lo
puede sacar enseguida, darle un poco de jabón, ayuda.
Salió caminando
la Señora, moviendo todas las verduras. Le decían piropos. Cuando llegó le contó
al Don, los piropos que le gritaron. Se puso cachondo el Don y vio a su Mujer
como a la Venus de Willendorf. La puso en la cama, no le dio con todo por el
perejil y las papas, pero le tocó las tetas con placer. Se sorprendió al ver
que eran dos zapallos.
El Don fue a
pelear con el Verdulero: —¿Con qué derecho se atreve a colarle a mi Mujer, la
verdura en todo el cuerpo?
—Pero mire que era fresca, recién cosechada en
la quinta.
El Verdulero siguió
y le respondió: —Ella se ofreció a pagar con su propio cuerpo, no sé si le
contó. La pasamos de primera. Esperamos con ansiedad su próxima llegada.
Corremos a atenderla y el que llega primero es el ganador y recibe un pago de
cuerpo. Y si tanto le molestan esas pavadas, ¿por qué no viene usted?, lo
atenderemos como a su Mujer. A nosotros nos da lo mismo. Nunca hemos tenido
problemas de género.

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