Estaba en un
rincón del alféizar. Fue caja de cubiertos, para guardar, cerrada con una
llavecita, que se perdió. Resultó tan pesada para limpiar, que la abrieron por
la fuerza con un destornillador. Llevaron los cubiertos a la cocina y fue transformada
en depósito de cartas que nunca se enviaron. Los niños la cambiaron cuando le
agregaron rueditas y fue un carrito de palo de rosa, que trasladaba de a un
niño por vez.
Volvió al rincón
del alféizar. Su inmovilidad daba escalofríos. Durante la mudanza, sus dueños
la olvidaron y a nadie le importó su ausencia. Dieron de baja el matrimonio. Llegaron los
nuevos, pusieron una carpeta bordada sobre su superficie, parecía la antelación
de su sepelio.
Ella sigue en el
mismo rincón, nadie la mira ni la toca, ni la mueve. Abrieron una ventana que
siempre estuvo cerrada. Ahora le da el sol, se resquebraja, perdió su brillo.
Envejeció la madera.
La caja
transcurre su vejez, en un rincón del alféizar y finalizó su vida como leña de
una salamandra.

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