martes, 30 de agosto de 2022

ALLÍ

 

   Toribio jugaba solitarios y las horas pasaban.

   —¿Vos no naciste para peón?

   —Si sabía que nacía para peón, no nacía.

   Se cansaba de manejar tractores, ayudar en el tambo. Las vacas lo conocían y Toribio a ellas, hasta le puso nombre a cada una. Cuando se enteró cual era el destino de los animales, ordeñó sin mirarles las caras.

   Sabía montar en pelo y un día se largó a campo traviesa. Le gustó salirse de la explotación cruel del patrón. En medio de la noche más oscura vio una luz y un ranchito. Ató el caballo y abrió la puerta, un viejo tomaba mate, levantó los ojos:

   —Haga de cuenta que es su casa.

   Toribio entendió bien, pidió disculpas:

   —Están acectadas, si gusta un mate con tortafritas.

   Extendió el primero con manos de árbol. Se habló todo, desde que nació allí y seguía allí:

   —Usté que anda con cara de sueñear, consigase un allí, como hice yo.

   El viejo tenía razón. Partió al día siguiente y corrió bajo la lluvia intensa, no daban más ni él ni el caballo. Se guarecieron en un bosque, donde se produjo el milagro, un rancho desvencijado sin nadie. Con una cama usada por muchos. Acondicionó el su allí, con maderas del bosque. La bomba de agua funcionaba. Cuando teminó su trabajo sintió orgullo. No quedaba lejos del camino de autos. Amasaba barro todo el día, construía conejos, abejas, ovejas, cuises y gatos de los pajonales. Los cocinaba al sol. Cortó los pastizales hasta el asfalto y puso un cartel “Vendo animalitos de mentira”. Ubicó las piezas a los costados, camino a su rancho, de mayor a menor.

   Pasaban autos y le compraban, una señora se llevó media docena de conejos. Otros le encargaban, tuvo que renovar la producción. Mientras amasaba barro, recordó al viejo diciendo “No esperes mujer, porque ese es el precio de encontrar un allí”. Justo ahora que Toribio andaba extrañando mujer, sin querer le salían mujeres de tetas grandes y culonas. Esos diseños fueron vendidos a una empresa.

   Una mañana de sol apareció una chica de piernas largas, pelo largo, lisa como una tabla, austera se presentó con lenguaje citadino:

   —Me llamo Nora, ando buscando un lugar.

   Y señalando todo, encontró un allí, lejos de Toribio. Él la acompañó, era un rancho sin dueño.

   —No quiero ayuda, yo puedo sola.

   Él se fue con el sonido terminante de su voz. Pasó una semana, cuando apareció Nora con una mula cargada de bultos.

   —Si no te jode, me gustaría trabajar con vos, soy profe de escultura y cerámica. Podemos intercambiar conocimientos, técnicas…no sé ¿Te parece?

   Brindaron con grapa para festejar la asociación, se aflojaron los cuerpos, Nora armó un porro, quedaron blandos y se abrazaron fuerte, para sellar, no sé bien qué…

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