Toribio jugaba
solitarios y las horas pasaban.
—¿Vos no naciste
para peón?
—Si sabía que
nacía para peón, no nacía.
Se cansaba de
manejar tractores, ayudar en el tambo. Las vacas lo conocían y Toribio a ellas,
hasta le puso nombre a cada una. Cuando se enteró cual era el destino de los
animales, ordeñó sin mirarles las caras.
Sabía montar en
pelo y un día se largó a campo traviesa. Le gustó salirse de la explotación
cruel del patrón. En medio de la noche más oscura vio una luz y un ranchito.
Ató el caballo y abrió la puerta, un viejo tomaba mate, levantó los ojos:
—Haga de cuenta
que es su casa.
Toribio entendió
bien, pidió disculpas:
—Están
acectadas, si gusta un mate con tortafritas.
Extendió el
primero con manos de árbol. Se habló todo, desde que nació allí y seguía allí:
—Usté que anda
con cara de sueñear, consigase un allí, como hice yo.
El viejo tenía
razón. Partió al día siguiente y corrió bajo la lluvia intensa, no daban más ni
él ni el caballo. Se guarecieron en un bosque, donde se produjo el milagro, un rancho
desvencijado sin nadie. Con una cama usada por muchos. Acondicionó el su allí,
con maderas del bosque. La bomba de agua funcionaba. Cuando teminó su trabajo
sintió orgullo. No quedaba lejos del camino de autos. Amasaba barro todo el
día, construía conejos, abejas, ovejas, cuises y gatos de los pajonales. Los
cocinaba al sol. Cortó los pastizales hasta el asfalto y puso un cartel “Vendo
animalitos de mentira”. Ubicó las piezas a los costados, camino a su rancho, de
mayor a menor.
Pasaban autos y
le compraban, una señora se llevó media docena de conejos. Otros le encargaban,
tuvo que renovar la producción. Mientras amasaba barro, recordó al viejo
diciendo “No esperes mujer, porque ese es el precio de encontrar un allí”.
Justo ahora que Toribio andaba extrañando mujer, sin querer le salían mujeres
de tetas grandes y culonas. Esos diseños fueron vendidos a una empresa.
Una mañana de
sol apareció una chica de piernas largas, pelo largo, lisa como una tabla,
austera se presentó con lenguaje citadino:
—Me llamo Nora,
ando buscando un lugar.
Y señalando
todo, encontró un allí, lejos de Toribio. Él la acompañó, era un rancho sin
dueño.
—No quiero
ayuda, yo puedo sola.
Él se fue con el
sonido terminante de su voz. Pasó una semana, cuando apareció Nora con una mula
cargada de bultos.
—Si no te jode,
me gustaría trabajar con vos, soy profe de escultura y cerámica. Podemos
intercambiar conocimientos, técnicas…no sé ¿Te parece?
Brindaron con
grapa para festejar la asociación, se aflojaron los cuerpos, Nora armó un
porro, quedaron blandos y se abrazaron fuerte, para sellar, no sé bien qué…
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