sábado, 20 de agosto de 2022

TOMAR EN EXCESO

 

   Quieren festejar por la infancia, porque todos, por champagne, porque se visten de blanco ellas, porque ellos son capaces hasta de una corbata.

  Tienden la mesa con el mantel de salir, ponen mis cubiertos en un lugar de privilegio. Me olvidé que quieren arbolito, éste está viejo y le quedan tres bolas de las que se rompían. Salgo hoy mismo.

   —Son espantosos los arbolitos, voy a llevar éste, similar al del principio, el plástico no lo pueden ocultar, pero yo sí, me oculto entre la gente, ni paso por la caja, hay dos empleados y no dan abasto.

   Tengo un aire de Papá Noel, pelo blanco, anteojos y algunos otros pelitos en la barbilla, camino a velocidad trineo.

   —Chicos, ¿y el árbol dónde carajo está? ─dijo Pedro.

   Giró sobre sí mismo y allí estaba, las luces se prendieron solas, todos aplaudieron. Llegaron de la Panadería con el lechón de costumbre, sin cabeza, para que no lloren los niños. La Abuela iba y venía, a tal velocidad que nadie la veía.

   Comieron y bebieron hasta reventar. José tomó la mano de la Abuela, pero no estaba, siempre le gustó deshacer su rodete, no lo encontró. El plato de Abu estaba inmaculado, los cubiertos descansaban a los lados y la copa de champagne brindaba sola con cada uno de ellos.

   Se abrió una puerta y entró el Tío más querido: —Una copa para mí, por favor.

   —¿Qué pasó con Abu? No la encontramos, no comió ─dijo el Nieto mayor.

   —Cómo habrán tomado, pedazo de bestias, que en esta Navidad perdieron la memoria, la Abuela murió hace cinco años…

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