Se enojaba si no
le avisaban, así contó él. Alguien del laburo lo llamó para decir que Luis
estaba enfermo. No preguntó nada, se derrumbó junto al teléfono. Mientras el
viento quería llevarse sus rulos había palabras que se perdían, lamentos
ciertos y definiciones inciertas. El café frío de tanto hablar y el pucho
apagado. Le agregó azúcar que el viento dispuso fuera de la taza. Prendió el
encendedor cuando advirtió, entre sus dedos, el apagado terminado. Parecía
capaz de fumar otro y llegar fuera de hora. Lo hizo. Se despidió confuso y
caminó errático.
Hoy nos dijo que
Luis murió. Habló de la injusticia de esa ausencia, un intelectual, un soñador,
un grande, uno de esos que no se perciben de tanto que armonizan con la vida.
Tapaba con bronca el dolor que no lloraba. Pagó el café de memoria, se despidió
con abrazo y sonrisa de percha. Dio pasos apurados, quiso ser puntual. Cuando
dobló la esquina sopló un viento repentino.
Pasaron muchas
horas y no deja de soplar, arranca las hojas de los árboles del verano, silba,
cruje, grita.
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