domingo, 28 de agosto de 2022

BLINDADO

 

   Abrí la puerta y un hombre mal entrazado, flaco, alto, de ojos hundidos, preguntó si  no lo reconocía, le dije que no.

   —Tal vez en la casa de enfrente.

   Él miró el interior de nuestra casa y casi al oído dijo llamarse Chicho, claro que treinta años desfiguran a cualquiera. Le dí un abrazo, con temor a quebrarlo y llamé a Maggie. También lo abrazó y le dio un beso. Me dio náuseas, por la mugre de él y el gesto de ella.

   Chicho pidió bañarse. Le alcancé mi rasuradora. Envuelto en la  toalla me pidió ropa limpia, no importaba si era vieja. Llevó tiempo encontrar ropa para su cuerpo de astilla. Le llevé un traje de secundario y unas zapatillas recién compradas. Maggie lo esperaba en la cocina para tomar una sopa caliente. Me molestó, como una picadura de abeja, cuando escuché a Maggie llamarlo Chichito. Chicho pidió una cama por una noche. Pensé que se iba a quedar una semana y también pensé alguna estrategia para que se fuera.

   Cuando llegaron nuestros hijos les presentamos a Chicho, con un:

   —Éste es Chicho. 

   Y los chicos mirando sin curiosidad. Los comprendí, hablar con un viejo triste y ausente no era una alegría. Chicho los miró con detenimiento uno por uno y sus ojos quedaron pegados en el más grande. Luego de dos días de estancia, al más grande, futuro psicólogo, le dio por la piedad y le preguntaba cosas todo el tiempo. Chicho se sometía a los interrogatorios como un rehén, que lo que no recuerda, lo inventa. Maggie y yo tardamos en cerrar aquellos recuerdos con puertas y blindajes. Ni nosotros sabíamos por qué lo recibimos. Le paramos el carro con las invenciones, lo que no se recuerda no es. Una noche, en el jardín, todos dormían, menos Maggie, Chicho y yo. En medio del silencio contó que bajo tortura uno puede llegar a decir que su madre es una puta. Fueron sus razones para justificar la delación y nuestro silencio, la respuesta.

   Maggie le pidió que se fuera y el preguntó y Maggie le dijo que nada era cierto, que se olvidara. Lo vio partir, encorvado y arrastrando los pies. Como cuando lo conoció, le nacieron ganas de protegerlo y fue a vivir a su casa, un mes, donde sucedieron muchas veces cosas de dos solos, adolescentes. Cuando conocí a Maggie me contó todo, los dos elegimos un muro. Tuvimos tres hijos, el primero era de Chicho.

   Chicho dejó su esperanza de vida y en la mañana ya no estaba. Mientras caminaba al costado de la ruta pensó que nos lo debía. Metió las manos en los bolsillos. En uno sintió el tacto tibio del osito que le robó al más grande de los hijos.

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