Eran de la misma
altura, claro, una sentada y otra de pie. El parto resultó exótico, primero
salió una larga y luego, lo que pensaron placenta, resultó una bebé cortita
como un salame. Para mí, que hubieran nacido fue un karma. Lloraban el día
entero, ocupaban mi pieza. Venía gente a verlas y yo los prevenía:
— Encontré una
con forma de mortadela y otra enroscada a los pies de mi hermana.
Para calmar el
agotamiento de mi madre, llevé a la más chica. Era bastante tonta, se mojaba
los zapatos en los cordones de las veredas para sacarse las deposiciones de
perro que había pisado. La llevé a un Mc Donald y comía con las manos como un
cerdo. Fui al baño, cuando volví la ví sentada, pasando la lengua a mi plato.
Salí sola. Y bueno, yo no tengo la culpa, ella se quiso quedar.
—¡Mamá! Se
perdió la melliza.
Gritaba
desesperada:
—¿Dónde?¿Cómo?¿Cuándo?
Le contesté,
porque la vi superada por la situación:
—En una casa de
comida chatarra, se le ocurrió tener hambre, no sé la hora exacta.
Mamá llamó a la
policía. Estaba sentada en el umbral de la vereda, cuando me vio, dijo que
había perdido lo mejor, el parque de diversiones y la vuelta al mundo.
—Después corrí
para alcanzarte, pero vos corrés más rápido que yo.
La pena fue de
un mes sin salir, terminé siendo amiga de mis hermanas. Me llevaron al
psiquiatra, porque hubo episodios confusos. La más alta dijo que intenté
ahogarla con la almohada. La enana contó
que cuando la bañaba, le sumergía la cabeza en la bañera, hasta dejarla
sin aire. Esto sucedió antes que fuésemos amigas para siempre. Hasta que la
larga se casó con mi novio, la enana se quedó durante mi disgusto y el resto de
mi vida. Nuestra hermana tiene la entrada prohibida, a veces viene, la espiamos
por los visillos y no le abrimos. Las dos terminamos odiándola.
Por pasarse de
lista, la última vez que vino, puso el ojo en un visillo, la enana no podía, no
llegaba. Me encargué de pasar una aguja de tejer que llegó a su retina.
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