Lo amenacé con
una cuchilla grande. Él caminó para atrás, se mató con un clavo oxidado que
estaba en la pared. Yo no fui la culpable, la cuchilla era para asustarlo.
Al turro no le
había tocado ningún órgano vital. Lo salvaron los Médicos. No contento con eso,
me denunció a la Policía. Tuve que asistir a prestar declaración. Trajeron una
bolsa de nylon transparente y sellada.
—Aquí están las
pruebas, Señora.
Me puse los
anteojos y miré con asco aquel contenido.
—Usted misma
puede ver, es una cuchilla y un clavo oxidado.
—Mi cuchilla de
cocina, su uso es solamente culinario.
—¿Puede relatar
lo sucedido desde el principio?
Lo miré con cara
de odio, como se mira a un Policía.
—El reo me robó
la billetera, lo negaba hasta que la encontré en el bolsillo de su campera. Le
dije que lo iba a matar, por supuesto que fue una amenaza y el muy gil se lo
creyó. Pensar que yo misma, me encargaba de llenar la palangana con agua tibia,
probaba la temperatura con el codo, para ver si estaba a su gusto. Él metía los
pies y yo, arrodillada, le sacaba la queresa, que hacía más de un mes que él no
lo hacía. Le secaba el pelo, lo peinaba, lo perfumaba, lo vestía y lo mandaba a
trabajar. Ignoraba que no tenía trabajo, por eso me robaba. Doy por terminada
mi declaración. Comisario, le recomiendo que mire cómo escribe el Oficial,
tiene faltas de ortografía y por ser tan lento, salteó pedazos de mi
declaración. Usted sabrá, aunque en general, ustedes nunca saben nada.
—Espere, Señora,
por favor, los Policías no somos todos iguales.
—Bueno, déjese
de hablar pavadas, me devuelve la cuchilla que es mi instrumento de cocinar.
También exijo el clavo oxidado, para sostener la viga del dormitorio.
—Sí Señora,
espere que le envuelvo todo como para regalo. Le agradezco sus palabras, claras
y directas. En cuanto a su Marido, póngase contenta. Lo tenemos encerrado y el
Juez seguro que decide alguna injusticia.
—Le pido, Comisario,
no me citen nuevamente, aquí hay olor a pis, a sobaco y a corrupción.
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