Entró por
derecha, no hubo padrinos y pasó por un examen de aptitudes, para la tarea que
le fue asignada. Era de contextura frágil y el silencio la envolvía. El día que
empezó, tenía que tipear un discurso, para el Jefe peripatético e ignorante,
arde el País de esos especímenes. Se sentó en la punta de la silla y tipeó por
media hora de corrido, sin juzgar el contenido vacío y necio de lo transcripto.
En la oficina no
había nadie, se cubrió con un chalequito azul marino y florcitas arbitrarias
celestes, que disfrazaban agujeros de polillas. Una bufanda despelechada y una
carterita de plástico. Cruzó al Café de enfrente y pidió un vaso de leche
tibia.
—Gracias, la
leche estaba muy rica y muy tibia, acá tiene los diez pesos.
Cruzó rumbo a su
trabajo, ya había un alcahuete supervisando su tarea:
—Srta Narda, le
faltan dos carillas y esa letra tan chica, el Jefe no la lee.
La Srta Narda
asintió con la cabeza y tipeó con letra Arial 20, el discurso de nada para
nadie. A la media hora se cubrió con el chalequito azul marino, dos florcitas
celestes desaparecieron, dejando los agujeros de polilla, expuestos, el remedo
de bufanda y la carterita de plástico. Se dirigió a la Secretaria, para hablar
con su Jefe, al cual desconocía. Pasó de inmediato.
—Tome asiento ─extendió
su fuerte mano y no advirtió su
fragilidad, casi la quiebra.
Ella dirigió su
mirada a la ventana, que se encontraba tras su Jefe, salteaba la cara del
interlocutor, sin que éste lo advirtiera.
—Quiero
renunciar, no recibiré nada por una hora de trabajo. Pero sí necesito que me
pague un vaso de leche rica y muy tibia, tomado en el Bar de aquí enfrente,
fueron diez pesos.
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