Un depto. En un
primer piso. Él dormía. El gato le amasaba la panza. Eso le daba quietud.
Los despertó una
manifestación repentina, abajo quemaban papeles, botellas plásticas y lo peor,
neumáticos, diez pilas ardiendo como el Averno.
Por los
intersticios de las ventanas, se colaba humo negro. Se puso un gorro de lana
que tapaba su cara, abrió la manguera y mojó a los manifestantes, que le
agradecieron el agua porque el calor era demoledor.
Él quería
apuntar a los neumáticos. Largaron más humo y más negro. Le pareció atinente
salir del edificio. Había tizne en las paredes, el piso, techo y habitaciones.
Él ya no veía, fue a buscar al encargado.
—Lo que te
conviene es hablar con el dueño.
El dueño le dijo
que lo más conveniente era ir a la Municipalidad. Lo atendieron de inmediato.
—Nosotros
pedimos Denuncia Policial, ARBA, AFIP, ANSES, ALEPH, con eso vuelve aquí mismo
y vemos.
Se fue cabizbundo y meditabajo. A las seis
cuadras, mirando un gato se acordó del suyo y corrió hasta abrir la puerta. El
living, blanco, encerado, al igual que los dormitorios, cocina, sanitarios. Le
habló como si fuera a una persona.
—Vos, gato gordo.
¿No sabés quién produjo este milagro?
El gato, dándole
la espalda, mirando por la ventana, respondió
—Yo, ¿Quién va a
ser?
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