A Esperanza San Martín de Belgrano, le dio por envidiar a
su criada de toda la vida, Aurorita.
Esperanza, cuya familia había sido muy rica, tanto que ni
ellos sabían cuántos dineros, propiedades y esclavos poseían aquí y en el resto
del mundo, quedó sin un centavo.
Sola y sin amigos, su única compañía era Aurorita, que
siempre trabajó sin sueldo y comiendo mendrugos.
Aurorita, era feliz, aún durante su edad avanzada y no se
explicaba la envidia de la niña. Esperanza sinceró con palabras de mandatario
sus deseos, quiso saber cómo hacer para obtener felicidad, siendo tan pobre o
indigente, como se usa nombrar hoy día.
Aurora le dio una idea inmediata. Le propuso habilitar
esa inmensa casa, forrada de madreselvas, como un lugar para producir alguna
alegría, al que necesitara privacidad y demás perversiones, que trajeron estos
tiempos.
Esperanza le preguntó quienes podían habitar ese lugar,
que dejó de ser bello hacía tiempo; Aurorita, hiperinformada, era su pasión, la
puso al tanto de políticos, empresarios, diplomáticos, curas, monjas y
gremialistas, que necesitaban espacios como ése, para desarrollar sus bajos
instintos. A Esperanza la idea le pareció excelente, proviniendo de una india
inexperta. La desesperanzó el estado de la casa. Aurorita, para hacerla corta,
le dijo que el estado no existía hacía tiempo y eso que llamaban “estado”, era
un conjunto de grasas descerebrados, drogadictos, corruptos, de lenguaje soez y
prácticas aberrantes. Gente acostumbrada a revolcarse en la mierda.
Ahí Esperanza, tuvo un brillo de esperanza. El caserón
era perfecto para alquilar sus habitaciones. Y le alegró no tener que limpiar,
ni disfrazar de distinguido.
Aurorita le dijo que cobrarían en euros, el uso de la
casa; a esas gentes los precios altos, los hacían sentirse altos y rubios.
Emocionadas, ambas se abrazaron.
Actualmente, viven entre Londres y Oxford, en un castillo
de habitaciones impecables y discretas. Las alquilan a los primeros ministros,
a veces a terroristas musulmanes. A ellas no les importa la proveniencia, mientras
paguen.
Argentinos no aceptan. Obvio.
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