domingo, 7 de agosto de 2022

DIAGONAL

 

   Habito el cuarto piso, mi nombre es André Benoit y mi Tatarabuelo diseñó esta Ciudad. Mi esposa y mis hijos murieron, todas las mañanas abro las ventanas de las habitaciones. Las camas de mis hijos están tendidas, con las pantuflas al costado.

   Una Mujer que se encarga de la limpieza, lleva la ropa de la familia ausente, incluyendo las sábanas, a la tintorería cada dos meses. Todo tiene aroma de alcanfor, encuentro mi infancia gracias a ese olor. Después de desayunar en un Bar de la Diagonal, camino hacia la Plaza San Martín. Disfruto el aroma de los tilos, las magnolias tan intensas, el color de los ceibos, la sombra de las palmeras.

   Hay cuatro jardineros que se ocupan de la plaza, parecida a un Jardín Botánico. A veces me pierdo en la memoria de mis hijos, tirando semillitas, para que los pájaros canten más alto. Abren los bebederos al máximo y vienen los pájaros a darse unos baños cortos, porque los Guardianes de la Plaza, hacen sonar sus silbatos. Y mis nietos se asustan, o mis hijos, los confundo.

   Miro mis manos jóvenes que dedican sus horas a dar vuelta las páginas de los libros. Ahora dejé mi hábito de la lectura, el Oculista me anunció que disfrute lo que pueda, porque se avecina la ceguera de las sombras. Le hablé a Jorge Luis, para preguntarle, me atendió como un Lord:

   —No te preocupes André, desaparece lento y después te acompañan los otros sentidos.

   Me miré las manos, están surcadas de puentes azules y violetas, los dedos tomaron distintos rumbos, se cansaron de estar juntos y engordar algunos, otros parecen quebrarse.

   Tuve dos infartos consecutivos, mi cuerpo respondió a las operaciones y los Médicos contentos, no por mí, sino por sus trabajos. Me di cuenta por los cobros desmesurados.

   Sigo yendo por la Diagonal, desayuno en el mismo lugar. Se me durmieron las piernas para siempre, tengo un acompañante, que por suerte es alegre y canta mientras arrastra la silla de ruedas.

   —No me gusta verlo siempre en esa silla, si usted lo permite, lo traslado a un banco de la Plaza.

   Tengo una justificación para no contestar, puedo escuchar, pero no hablar, me acompañan el canto de los pájaros, cada vez más lejanos, la audición declinó, a veces me parece que dejé de escuchar e imagino sonidos.

   Sigo en la Plaza, hace frío, mucho frío, debe ser de noche.

   Siento el inconfundible olor a Hospital, alguien me extiende un lienzo, cierra mis párpados y me tapa hasta la cara.

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