Habito el cuarto
piso, mi nombre es André Benoit y mi Tatarabuelo diseñó esta Ciudad. Mi esposa
y mis hijos murieron, todas las mañanas abro las ventanas de las habitaciones.
Las camas de mis hijos están tendidas, con las pantuflas al costado.
Una Mujer que se
encarga de la limpieza, lleva la ropa de la familia ausente, incluyendo las
sábanas, a la tintorería cada dos meses. Todo tiene aroma de alcanfor,
encuentro mi infancia gracias a ese olor. Después de desayunar en un Bar de la
Diagonal, camino hacia la Plaza San Martín. Disfruto el aroma de los tilos, las
magnolias tan intensas, el color de los ceibos, la sombra de las palmeras.
Hay cuatro
jardineros que se ocupan de la plaza, parecida a un Jardín Botánico. A veces me
pierdo en la memoria de mis hijos, tirando semillitas, para que los pájaros
canten más alto. Abren los bebederos al máximo y vienen los pájaros a darse
unos baños cortos, porque los Guardianes de la Plaza, hacen sonar sus silbatos.
Y mis nietos se asustan, o mis hijos, los confundo.
Miro mis manos
jóvenes que dedican sus horas a dar vuelta las páginas de los libros. Ahora
dejé mi hábito de la lectura, el Oculista me anunció que disfrute lo que pueda,
porque se avecina la ceguera de las sombras. Le hablé a Jorge Luis, para
preguntarle, me atendió como un Lord:
—No te preocupes
André, desaparece lento y después te acompañan los otros sentidos.
Me miré las
manos, están surcadas de puentes azules y violetas, los dedos tomaron distintos
rumbos, se cansaron de estar juntos y engordar algunos, otros parecen
quebrarse.
Tuve dos
infartos consecutivos, mi cuerpo respondió a las operaciones y los Médicos
contentos, no por mí, sino por sus trabajos. Me di cuenta por los cobros
desmesurados.
Sigo yendo por
la Diagonal, desayuno en el mismo lugar. Se me durmieron las piernas para
siempre, tengo un acompañante, que por suerte es alegre y canta mientras
arrastra la silla de ruedas.
—No me gusta
verlo siempre en esa silla, si usted lo permite, lo traslado a un banco de la
Plaza.
Tengo una
justificación para no contestar, puedo escuchar, pero no hablar, me acompañan
el canto de los pájaros, cada vez más lejanos, la audición declinó, a veces me
parece que dejé de escuchar e imagino sonidos.
Sigo en la
Plaza, hace frío, mucho frío, debe ser de noche.
Siento el
inconfundible olor a Hospital, alguien me extiende un lienzo, cierra mis
párpados y me tapa hasta la cara.
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