sábado, 13 de agosto de 2022

ENTRAÑABLE

 

   Nos mintieron, los hombres no bailaban con hombres. Para eso estaban las mujeres, que llegaban en alpargatas y las cambiaban por zapatos, de taco alto infinito.

   Se bailaba en esquinas sin ochava, con un bar pleno de alcohol, grapa que ya venía mezclada con escupitajos españoles. Vino de uva mosqueta, cabernet para los debiluchos y tinto borgoña para los ricachones. También vino suelto para los ricoteros.

   —Muchachos y chicas, adentro se toma, afuera se baila, hay que ponerle los pies a los adoquines, es más difícil para las damas, pero tienen que aprender a levantar la pata, es más cómodo para el hombre.

   Así habló “Don Javier” la noche que inauguró aquel boliche entrañable. La Hilda, concubina de Don Javier, era una artista para revolear la pata y no decía jamás que no a una inclinación de cabeza, apenas leve.

   Cuando Don Javier se dormía sobre un barril que le hacía de mesa y de almohada. Salían todos los tipos a pedir a la Hilda, de bailar un tango modernoso, la agarraban los mejores, le metían la pierna de él, adentro de las de Hilda, que sabía manejar el tajo del vestidito negro, algún voyer se daba cuenta. Los más hábiles se la metían y ella se doblaba hacia atrás, para hacerle un lugarcito más y tapar con la melena, aquel placer.

   Uno fue a alcagüetear a Don Javier. Ella entró a la pieza en alpargatas y dada vuelta del pedo que se agarró.

   —Tengo que hablar con vos.

   Este viejo choto, si ahora me voy a dormir la mona.

   —Quiero que te mandes mudar, me hacés quedar como un cornudo.

   Ella se fue sin contestar, con las crenchas para cualquier lado, agarró para cualquier lado. Se puso el traje de laburar y fue al Puerto. Todos la vieron mareada, pero nadie dijo nada.

   Avisó que iba hasta el baño y a partir de ahí o después, desapareció de todas partes. Ya van a cumplirse cinco años, que nadie sabe dónde fue. La Hilda lo quería a Don Javier, como quieren las putas, pero lo quería.

   Por eso nadie se explica lo que pasó. Don Javier cerró el boliche, se fue a recorrer el mundo, caminando de día y llorando de noche. Ya estaba viejo Don Javier, pero todavía sigue buscando.

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