—Te dicen que te dan un papel, vení aquí afuera. Te advierto que esto no lo sé más que yo, sabés que te aprecio, lamento ser la portadora: nunca te van a dar el papel celeste. Sos guardaespaldas y no querés portar armas, eso a los tipos no les gustó, —él la interrumpió y le contó que esa era su indemnización de treinta años de trabajo.
—Lo invertí todo
en la Harley Davidson. Puse el dinero ahí, no sé cómo decirle a mi mujer.
Le pidió que la
siguiera a su despacho. Entró desganado, ella le preguntó si estaba con ellos y
su magnífico proyecto, gracias al cual tenía un piso y una cuatro por ocho
polarizada.
—Si vos no sos
del partido, no puedo ayudarte.
—¿No sos mi
amiga de la infancia? Igual estás fuera del proyecto, tengo esta charla en el
grabador.
Él sacó un papel
oficio del escritorio y renunció a su cargo.
—No es conmigo
sólo, es con todos, el país no está por venderse, ya está vendido, y además…
Ella pidió que
se retirara de inmediato.
Se sube a la
Harley, alguien lo sigue en un auto oscuro. Se detiene a tomar una birra. El
auto oscuro lo espera. Él sale con una velocidad, que el auto se rinde. Llega a
su casa. Cuando guarda la moto, el auto negro estaba estacionado en frente. Al
día siguiente llevó a su mujer al trabajo y a su hijo a la escuela. Fue a ver a
su amiga de la infancia, pidió disculpas por sus palabras. Ella lo creyó
arrepentido y le dio un abrazo de bienvenida. Él rogó que el auto negro dejara
de seguirlo. Su amiga le cerró la puerta en la cara. La amenaza fue permanente.
Comía sin hablar, salió a fumar un cigarrillo, en la esquina le dispararon tres
veces y fueron certeros. Amenazaron a su mujer y al hijo durante un tiempo. Los
dos tenían asco, miedo y odio.
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