viernes, 28 de junio de 2024

EL BORDE

    Mis padres eran endogámicos, un aburrimiento bárbaro, lo único que me permitían era hacer los deberes, estudiar y bañarme todos los días. Con mucho disimulo abría la ducha, mojaba mi esponjita y el jabón. Humedecía mi toalla y listo. Me peinaba la parte de adelante a la cachetada y lo de atrás, como no la veía quedaban los pelos parados.

    —Andá lavate los dientes.

   Ponía dentífrico en el cepillo, luego lo enjuagaba. Mi cepillo durante la infancia, desconocía el interior de mi boca. Iba al mismo colegio que mis primos. El más bueno me escupía los pelos parados y le pasaba la mano. Si estaba resfriado mejor, el pelo quedaba chatito.

   Cuando mis padres viajaban a Brasil me dejaban con mi abuela, tenían terror que el avión se cayera y yo muriera. Si les pasaba a ellos no les importaba tanto, pero yo tenía toda la vida por delante. Mis primos conchetos me invitaban a su pileta semi olímpica con un trampolín, parecía que tocaba con las manos el cielo y caía de cabeza en el agua. Un día, mi primo, el más perverso, me empujó. Caí sobre el borde de la pileta, me abrí la cabeza.

   El agua se tiñó de rojo y me desmayé en brazos de la mucama, era una buena mujer. Usó las puntillas de Bruselas, (que trajo mi tío) y me vendó toda la cabeza. De a caballo conmigo amochilado se presentó en el dispensario municipal. Me dieron anestesia total y me bordaron la herida, punto cruz. ¡Qué buena es la anestesia! Me hizo volar y la atención que me brindaron los primos conchetos, té con miel inglesa, tarta de limón y antibióticos recetados.

   Me quedé a vivir ahí por unos días, pero mis deseos de venganza hacia el primo perverso, culpable de la rajadura de mi cabeza, en cuanto estuve bien le pegué un rodillazo en las bolas, a él le dolió tanto que quedó sin habla. Como resultado quedó unitesticular, el otro lo comimos a la parrilla.

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