Fuimos amantes prohibidos, nuestros encuentros intensos no le importaban. Yo estaba tan pendiente de su ficción, que le entregué mis secretos. Se reía sin motivos, frente a mi cara. Hasta llegué a pedirle perdón por sus abandonos, diciéndole que yo en su lugar, haría igual. Mi cuerpo lo demandaba, él luchaba consigo, para no necesitar nada de mi persona.
Un amigo
ingenuo, me contó que visitaba la casa de una mujer, Madre de un hijo de
catorce. Entendí, eran compañeros de gimnasia dura y ella le enseñó ejercicios
de yoga, para calentar y en otros le corregía las posturas con las manos. Se
instaló a vivir en la casa de la mujer.
Veinte años más
tarde, cinco de ellos lloré su ausencia. Mis proyectos personales crecían en
horizontes. No pude establecer otra relación como aquella. Nadie sabía de los
artilugios inventados por él, rompiendo conmigo su celibato. A esta relación le
di una dimensión que no existía, poco a poco me resigné y hasta recordé la
historia como una perversión de los dos.
Fui a una Conferencia,
la daba él. Era mi propia Tesis, que la asimiló de memoria. Adelante, en
primera fila, estaba aquella mujer. La agarré del brazo con una cierta
violencia:
—Tu Novio, casi
de la misma edad que tu hijo, plagió todo mi trabajo, decile y esto va para vos
también, que su única verdad, era el mástil de su miembro.
Los encontré en
el Subte, la mujer masticando chicle con la boca abierta y colgándose de su
hombro. La gente me empujó hasta ella, se lo grité:
—Vos lo tendrás
ahora, pero yo lo estrené, mientras él me entrenaba.
Cuando me bajé
del Subte, me di vuelta para mirarlo.
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