—Señor Rolex, le traigo este reloj de péndulo, perteneció a mi Abuela. Necesito que lo repare, antes de lo posible.
Ejem…ejem, me
dice creer que ser relojero es igual a un médico.
—El arreglo
completo estará fin de mes, tiene partido el péndulo. Esto no se pega y le dará
incorrecta la hora.
Este Señor
Rolex, no lo quiere arreglar y yo lo necesito para controlar huevos pasados por
agua, duros. Si hoy los chicos vuelven a la hora que dijeron.
—Cuando termine
la tarea, el reloj me lo trae usted. El armatoste es muy pesado y estoy sin
auto.
¿Por qué hay que
controlar la vida de acuerdo a qué me diga el reloj? Las horas, los minutos, el
minutero y las campanadas, que evitan prescindir del despertador.
Suena el timbre,
es el señor Rolex, aunque lo de señor lo podemos suprimir. Me dice que el
péndulo de bronce, suizo, le atravesó los cristales y no vio dónde cayó, pero
que falta, falta. Doy por sentado que no lo arregló, lo destrozó. Dejé los
pedazos en el garaje.
—Usted lo único
que tiene de relojero, es su apellido Rolex. Y vuele de aquí, mentiroso.
—Decime, Roxi,
¿no conocés un relojero que haga bien los trabajos?
—Es el señor
Omega, cuidadoso y cumplidor. No lo podés creer. Si no lo puede solucionar,
toma un avión y recurre a su Abuelo que vive en París y su nombre es Patek
Philippe. Lo soluciona en tres días y opina que el Omega es una lata
inservible. Te lo trae él mismo en una caja forrada en matelassé de seda mullida.
Le agrada quedarse una semana, en la casa del cliente, por si existe laguna
falla, los repuestos no los cobra, le interesa sólo la perfección de su
trabajo. Habla español, si Francia le queda al lado, viste como en 1930, con un
sombrero bombín. Hace poco quedó viudo y no lo podía superar. Viste cómo son
todos los hombres, es viejo pero su aparato funciona como un reloj. No seas tan
remilgosa y lo invitás a tu cama. Tiene veinte años más que vos y sos tan bella
que el señor Patek Philippe te lleva a vivir a París. Tené en cuenta que le
gusta cambiar de mujer, para no acostumbrarse después, a extrañar. No te
enamores, entregate a lo que sea, pero después la cortás. Verás que tu
autoestima queda inmune, como funciona un reloj. Tu marido se va a sorprender
frente a tu cara de felicidad y tus hijos no te van a conocer. Después volvés a
la rutina, encargada ella sí, de romper tu autoestima.
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