Kartosky, amigo de Pietosky, vivían a cuarenta km de distancia, se juntaban todos los días en la casa de Mika. Era una valiente que quedó sola. Sus padres murieron en una guerra sin sentido, como todas las guerras.
La quisieron adoptar, como cinco
matrimonios. Ella les negó a todos una familia nueva, con el recuerdo de la
suya, le bastaba. Kartos y Pietos corrían aventuras con Mika, tenían las
mejores ideas. Todas de alto riesgo como trepar piedras y desde allí tirarse a
ver quién llegaba más lejos. Ella los compensaba con comidas extrañas, sus
amigos hacían que deglutían y luego escupían, o decían “voy a hacer pis” y
vomitaban.
Mika se enamoró de Kartos, en una de sus
tantas caminatas se le tiró encima, le di un beso y otras cosas. Él no quiso,
de ese modo tan explícito.
—Si tenés tiempo te leo mis libros
preferidos, vas a ver que te vas a divertir y necesito que Pietos esté
presente. Escribe muy bien y es encantador escucharlo.
—No entiendo, los tres fuimos a la misma
escuela, ustedes aprendieron y yo, nada.
Le dijo Mika:
—Y si vos ni mirabas el pizarrón y odiabas
la matemática, preferías trepar árboles. Quiero que se enteren, no pienso
casarme con ninguno de los dos.
—Nadie pidió tu mano, las mujeres nos dan
miedo y espanto. Son mandonas y te ves obligado a realizar cosas que no te
gustan. Enseguida quieren tener hijos y nosotros seremos los encargados de
cambiarles los pañales.
Habló Mika:
—Todo lo que me denostaron no es joda.
Además ¿quién habló de casamientos e hijos? Yo prefiero jugar tiempo completo,
me faltan muchos árboles para trepar y conocer sus nombres. El que sabe al
respecto es mi nuevo amigo Kielovsky. Si llega a pedir mi mano, se la entrego y
me pongo al día, como corresponde lo que corresponde.
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