Tenía que ir a buscar materiales y de pronto le dieron ganas de seguir y seguir con las ganas. El terreno se puso difícil. Decidió seguir a pie, encontró un médano alto y le seguían otros atrás, menos altos. El sol le otorgaba ver los médanos, verlos en diferentes colores. Tropezó con un oasis de gente amable que le ofreció meterse en el agua. Lo invitaron a comer, había un suntuoso comedor, no había cubiertos, comían con la mano y enjuagaban sus dedos en una charola de plata. Lo invitaron a dormir en una cama con colchón. A las cuatro de la mañana apareció una chica en pelotas que se metió en su cama.
—¿Porqué entrás desnuda?
—Es
muy simple ¿para qué voy a venir con túnica? Si después me la tengo que sacar.
—¿Me
tenés miedo? No sabés las cosas que te voy a hacer. Después te invito a Buenos
Aires —dijo él.
—Muchas gracias pero sería un oprobio, soy
una persona decente. Además en el oasis hay una sola mujer y quince hombres.
Los atiendo a todos, es mi obligación. Son insaciables, me dejan exhauta, pero
satisfecha. Cuando quieras, mis piernas están abiertas. Disculpá, mis puertas
están abiertas.
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