lunes, 10 de junio de 2024

EL OLOR DEL FUEGO

    Atardecer en una esquina de Tandil, una chica adolescente, peso esqueleto, pelos parados de todos colores, nariz de payaso, mejillas rojas y jardinero amarillo.

   —¿Cuánto cuestan los sahumerios que vendés?

   A ella la pisó la vida, tras la pintura, transparentaba un gesto ausente.

   —Lo que usted quiera, esta noche quiero comer.

   La gente hasta tomaba distancia por si la chica pedía. El Señor que le compró, pagó como para un sándwich, era Concejal, propuso dejar que los emprendimientos chicos tuvieran lugar en las esquinas, sin el trámite previo: “puedo o no puedo”. El resultado general fue: No.

   Todo es “No” para el pobre.

   —Que trabajen.

   No hay trabajo.

   —Que lo inventen.

   Por eso piden un espacio a la intemperie de una esquina, un Concejal dijo “Sí”. Era el Señor que se le nublaron los ojos, cuando escuchó:

   —Esta noche quiero comer.

   Los Kapos de la estupidez humana, argumentaban que la pobreza queda fea repartida en la calle. El Señor ni renunció, se fue a vivir a su pueblito de origen, que debido al cierre de todo, todito, todo, era una procesión de desocupados. Este gran hombre, energúmeno como todos los grandes, vendió el tambo recibido por herencia. Y lo que quedó lo trasladó al pueblito y todos tenían asegurado tres vasos de leche por día. Se le vinieron a vivir con él, jóvenes del pueblo del no.

   Sembraron. Comer, comían todos y las viviendas, de a poco, con materiales reciclados y la imaginación multiplicada, tomaban formas caprichosas. Un amanecer frío y oscuro, lo fueron a buscar al Señor apodado “Don Generoso”. A pocos kilómetros en una casa cuadrada de cemento, lo interrogaron acerca de temas que él ignoraba y recibió todas las sandungas de la década infame. Había dos bestias hilarantes y perversos, construyendo una cruz de quebracho. Estando él destruido, lo crucificaron con clavos de hierro y en una transcavator, lo trasladaron a la entrada del pueblito. Don Generoso recibió los alaridos del dolor y el espanto. Pertenecían a la adolescente que le vendió los sahumerios al precio que el Señor quisiera, porque aquella noche quería comer. Nunca cruzaron palabra, pero ella ni bien enterada, estuvo. Lo siguió trabajando junto a otros y convencida que Don Generoso, era su Padre, regalo de la tierra. Todo el pueblito ayudó a quitarlo de la cruz. Dos Médicos y Enfermeros, curaron sus heridas, su resucitación tomó un largo tiempo. Al año se le quitó el respirador. La secuela fue una ceguera milagrosa, que le permitió terminar su trabajo con los ojos del corazón.

   Hubo algún idiota confundido, del pueblo del “No”, que pidió canonizarlo. Le contaron a Don Generoso, que jamás levantó la voz a nadie y diatribó breve.

   —Me cago en el mal parido, sepa él que jamás he creído en dios y su fetichismo cobarde, sienta precedente, ya que la bestia cree toda esa sanata. Que arda en el infierno y se lleve el lote de canallas a la guarida del diablo.

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