La maestra de cuarto lo llamó para corregir su cuaderno. Él contemplo las pestañas de seda, esa manos de paloma cerrando en un rojo fuego dando vueltas las hojas, le hacía cosquillas en la nuca. El perfume lo embriagaba. La señorita lo felicitó, escribió muy bien diez, excelente y le besó una mejilla. Bruno sintió que le temblaba todo el cuerpo y sus oídos escucharon una voz familiar:
—Es altísima,
traé el jarabe.
Sonó el timbre
de salida, llegó a su casa y apoyó la mejilla en un azulejo del baño. Quedó
estampado el rouge, Bruno besó con fervor aquella mancha, tenía frío y calor al
mismo tiempo.
Llegó temprano
al aula y ella lo esperaba, le ayudó a quitar su mochila y él pudo ver el
principio del escote. La señorita atrajo la cabeza de Bruno para que escuchara
los latidos de su corazón. Sintió el privilegio de poder tocar con su oreja
aquellas cosas mullidas.
—El tema de hoy
es el corazón —dijo la seño.
Sintió que la
sangre entraba en ebullición y de nuevo la voz lejana:
—Traigan paños
fríos, sigue alta.
Llegó el momento
que tanto deseaba. La maestra lo abrazó y llevó la mano de Bruno ahí, justo
ahí. Escuchó a su madre:
—Ya está
bajando, ahora que duerma se lo nota agotado.
Quiso retornar,
la escuela estaba cerrada. Sus padres y el médico rodeaban la cama, sonreían.
Cerró los ojos, tranquilo, un líquido extraño mojó el pantalón de su piyama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario