La visitaba todos los días, menos los domingos que asistía a misa y rezaba. Comulgaba pero no confesaba, no se sentía pecadora, se consideraba una santa. Nunca tuvo hombres, su cuerpo tenía el imen intacto, estaba pegado con poxi—ran por cualquier tentación.
A Melú le aseguraron que tenía un cáncer metastasiano.
Debía concurrir al sanatorio a buscar los resultados. Llamó a su amiga católica
para que la acompañara:
—Perdoname Melú, no puedo soportar la sola
idea de lo que te pasara, soy muy sensible, vos sabés. Me da miedo la sensación
de cosa que ya no tiene remedio.
Melú fue sola, le entregaron unos papeles
ensobrados para ver a su médico. Tomó un micro llorando, su curiosidad le hizo
abrir aquel sobre. Efectivamente, tenía cáncer, una señora conmovida, por
aquellas lágrimas la abrazó y le preguntó cuál era la gravedad de su situación.
Melú le entregó los papeles.
—Soy médica, si me permitís quiero hacer una
lectura rápida. Ay dios, pobre mi querida Inés, tu nombre es Melú Sosa y aquí dice Inés Siracusa. Entonces se han
equivocado, hay sanatorios y médicos que debieran ser exonerados. ¿Qué te
parece si te invito a tomar un cafecito?
Melú, que no salía de su asombro le dijo que
sí. Hablaron largo y destendido. Luego se despidieron e intercambiaron sus
números. Ni bien llegó a su casa llamó a su amiga, ferviente católica, le dijo
que se fuera a la reputa madre que lo parió.
Cortó y tiró el celular por la ventana.
Sintió que había nacido por segunda vez, consiguió la dirección de donde se
encontraba la tal Inés Siracusa y la acompañó hasta el final. Le pagó las
quimios pero a Inés le daban náuseas el olor del sanatorio y le pasó lo mismo
que a Melú , no tenía cáncer. Melú sacó dos pasajes para las Baleares e Inés
aceptó, la pasaron fenómeno.
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