—Marí! Viste que vos soñaste con tener un arroyo que pasara por la puerta de tu casa.
Ella tenía los
ojos pegados, pero, como algunas palabras coincidían con lo soñado y un arroyo
cristalino, ahí nomás, estiró un pie y lo metió, era tibia, transparente y los
cantos rodantes blancos, rojos y castaños.
—Qué placer…que
suba el arroyo así duermo un poquito más, gracias.
—¡Marí!, creció
el Arroyo El Gato y se está llevando hasta el gato, las sillas y tu cama flota
¡Marí, abrí los ojos.
—No, por favor,
prefiero soñar, no me gusta la verdad, mentime pero odio la palabra inundación.
—Lo lograste, yo
me ocupo de los más chicos, vos prestame tu canoa y una bolsa de consorcio,
aunque más no sea.
—¡No! Vos
quédate, hacés peso y no puedo remar.
Marí, llegó a un
refugio en altura, bajó los gurises y volvió por más. Tantas veces fue y volvió
que se desvaneció en la cama, con olor a espliego y estiró un pie y el agua era
tibia y durmió llegando a soñar despierta.
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