Le hacían firmar cheques a granel. Noventa años tenía el tío que los adoptó. (Luego que murieron sus padres.) A los tres huérfanos Dieguito, Luisito y Huguito.
Amaban el dinero que les daba el tío
nonagenario. Tomaban aviones propios y dedicaban sus vidas a dar la vuelta al
mundo tiempo completo. Como al tío le daban miedo los aviones le compraron una
bicicleta con rueditas para que los siguiera por tierra.
Ese viaje, al tío viejo lo mató por
agotamiento. Los sobrinos lo lloraron durante mucho tiempo. Dieguito dijo:
—¡Cómo
vamos a extrañar eso que tan bien le salía!
—¿Vos te referís a los cheques? —dijoLuisito.
—No, para nada. Nunca olvidaré lo de la
cebollita en vinagre, su comida predilecta y la mía, él mismo las tallaba, de
una grande la transformaba en chiquita, el vinagre lo inventé yo. A ustedes
nunca los convidamos, seguro que hablarían de ellos con desprecio. Ja…lo que se
perdieron estos guanacos.
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