Glorieta vivió en un campo de concentración
cubano. Tenía en su cabeza el tema. “…Cuba que linda es Cuba, quien la conoce
la quiere más…” En sus pesadillas le resultaba irónico que Cuba fuera linda y
al conocerla la quisiera más.
El espanto de esos soldados sin corazón
elegían cinco mujeres por día, para torturarlas y luego violarlas, con sus
penes o palos de escobas o ramas gruesas de árboles. A ella la extraditaron a
Cuba, luego que en Argentina le sucediera lo mismo durante la década infame.
Fue inexplicable, Glorieta nunca militó en ningún partido y la política jamás
le interesó, entonces ¡por qué! ¡por qué! ¡por qué! Era una muletilla constante
en su cabeza. La mandaron llamar a la oficina del jefe.
—Glorieta, vos sos la más resistente que tus
compañeras pedorras. Ni bien te vi me gustaste mucho, ahora me encargo de
torturarte yo. Pongo música alta y procedemos.
Le hizo por lo menos diez episiotomías.
Esperó la cicatrización y le llevaba sopas y chocolates. Griselda le permitió
penetrar con suavidad a una cierta zona mal vigilada por la angustia. El jefe
lloraba mientras con vos de mandato, exigió un gomón con provisiones.
Esa noche partieron los dos. Quién le iba a decir nada, si era el jefe. Griselda remaba mejor que el otro. Llegaron a México, los que vieron aquella escena, un hombre con una mujer incrustados uno en el otro. Les ayudaron en el arribo pero la pareja insistió, no podían ni querían separarse.
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