Ni pasaba por la Escuela. Dijo a sus Padres que no gastaran en la inscripción, no estaba en sus planes estudiar. Carmina vivía en un mundo con trazados firmes. Si era invierno tiraba el acolchado.
—Es como dormir
con un peso sobre mi cuerpo. Lo de sabanita lo acepto, para que no se pongan
tristes, la termino usando de pañuelo, hecha un bollito de sonar. Igual Mami,
vos preferís que me suene antes de tragarlo.
Su hermana,
Delfina, hacía de cuenta que no existía. Sentía que sus Padres la querían más a
Carmina, un desastre en todo, que ella que era aplicada y prolija, obedecía
cuando se le pedía una colaboración. A Carmina no la obligaban a nada, usaba
artilugios.
—Ma, voy a
bañarme en el río, llevo jabón y tohalla, vuelvo al mediodía.
Y volvía al
atardecer. La corriente del río la fue llevando hasta donde vivía el Músico,
ella estaba violeta y perdido el jabón y la tohalla. El Músico la hizo subir al
puentecito, tenía los ojos cerrados y le alcanzó una bata.
—¿Sos ciego?
Lo vi que tenía
ganas de mentirme.
—No, pero cerré
los ojos para no avergonzarte, a lo mejor no te diste cuenta, pero la corriente
te quitó la malla.
Ella se hizo
pasar sola a una sala ocupada por un piano de cola.
—No sé cómo
serás vos, pero en casa todos nos bañamos desnudos, mis Padres decían que así
vinimos al mundo y la ropa fue un invento para molestar, cuando vamos al Pueblo
sí nos vestimos, por la gente, para que no nos dejen afuera.
El Músico empezó
a tocar la Quinta de Beethoven. Ella la escuchó toda, luego aplaudió.
—Yo sé que
tocaste la Quinta de Beto el Joven.
El Músico
complacido le enseñó cómo se pronunciaba. Carmina le dijo que ya sabía, pero le
quedaba mejor Beto el Joven.
—Yo tengo diez
años ¿y vos cuántos tenés?
Él le dijo que
veinte. Carmina sacó la cuenta.
—Te autorizo a
casarte conmigo, si yo tengo novecientos pesos ahorrados, vos tenés veinte más,
es una buena dote que a mis Padres les vendría bien para pagar el Colegio de la
estúpida de mi hermana.
—Carmina, me
encanta, pero sos muy chica y yo un viejo.
Ella tocó unos
acordes de Para Elisa y le contestó:
—A mí me
encantan los viejos y tengo una idea, yo te espero hasta que vos digas, no me
quiero perder ese turno. Vení conmigo a mi casa, pero no les cuentes nada.
Los dos, con
viento en contra, se hicieron presentes. El Padre le desconfió y la Madre
temblorosa.
—Está lleno de
pedófilos aquí en Valle Hermoso. ¿Cómo sé que uno de ellos no sea usted?
El Músico explicó cuál era la situación. Les
contó hasta la propuesta de la niña para después. El Padre quedó prendado del
relato del Pianista.
Y bueno, Marta
pensó que le podía enseñar. Carmina sintió que el Músico la había traicionado y
merecía un castigo ejemplar. Se hizo la amable con Delfina y le contó el
secreto que debían compartir: el Pianista del puente abusó de su inocencia y la
amenazó: “Si alguien se entera de esto, te sumerjo en el arroyo, no sin antes
dejarte sin respirar”.
Delfina dijo a
su hermana, que ella se ocuparía. Un día faltó a la Escuela y se metió en la
casita, el Músico estaba tocando el adagio de Albinoni. Le sorprendió ver a la
púber desnuda, con un cuerpo de mujer. Hizo lo imposible para que el Músico
perdiera la razón y cuando él se dispuso a penetrar aquel ángel tan dispuesto,
Delfina le clavó en la espalda el cuchillo más grande que realizó su Padre en
la fragua. Delfina se bañó en el río, se puso el uniforme y marchó a su casa,
donde habían empezado el almuerzo.
Carmina se
levantó para besar a su hermana. Los Padres no se asombraron, porque Carmina
tenía gestos imprevisibles.
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