lunes, 3 de junio de 2024

UN GATO INOCENTE

    A mi Auditor no le gustó el cuento del ascenso al Everest, donde yo llegaba a la cima. Justo él, que es incapaz de trepar un médano de arena. “Ver el mundo desde esas alturas hacía comprender que uno era una mosquita y el resto, tanta maravilla, que hasta una mosquita podía sobrevivir.”

   El Auditor fruncía la cara en señal de desagrado. Lo odié porque mi deber era escribir un cuento por día y a media noche subirlo a mi blog. Me pareció ingrato de su parte, nadie ganaba echando palabras que usaría quien las necesitara, dijo el Cartero Massimo Troisi. Engañarme a mí misma no me cayó nunca. Sabía que casi todos los cuentos no eran buenos. Pero algunos pocos sí.

   Una noche, el muy bastardo, me ofreció su escritorio que a su obra le resultaba fuente inspiradora, para escribir algo como la gente, siendo que para mí, las gentes eran especímenes de cuidado.  Trabajé hasta el amanecer, hice un recreo merecido y revisé la literatura escrita por mi Auditor. Viejo mentiroso explotador. Había cosas mías copiadas textualmente. Partí furiosa, no sin antes vomitarle hasta el pobre gato. 

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