Partieron para descubrir dónde estaba aquel diamante. En su camino la pura selva y ladrillos perdidos que les rompían los pies cada vez que tropezaban. Decidieron vendarse con la vestimenta que traían, siguieron caminando, alguien dijo que se apresuraran.
Llegaron a destino con precipitación, era la
única forma de conseguir el diamante. Encontraron la casa a medio caer, estaba
allí en la noche. Una mano de seda de mujer virgen o india puta.
Pensaron la segunda opción. Ella estaba
preparada para todos, les advirtió que de a uno era la cosa.
Ellos cumplieron más de virgen que de puta.
Les dijo que debían pagarle con un diamante. Debieron decirle: la señora
virgen, que la joya que tanto ambiciona cuelga de su cuello. Le advirtieron que
tuvieran cuidado en cualquier árbol con ramas bajas: usted misma sin darse
cuenta quedará ahorcada… Y así fue, pero gritaba, no terminaba de morirse.
La degollaron y cayó el diamante cubierto de
sangre. Nadie quiso tocarlo. Hicieron una tumba para la india puta y al
diamante lo apoyaron sobre el corazón de virgen. Se escucharon latidos bajo
tierra, salió una mano de seda y les regaló el diamante prístino. El gesto fue
acompañado por una voz que les decía que todavía dudaba si era mejor ser puta
que virgen.