—Nunca lo vamos a visitar, desde que murió la abuela menos.
El primo Daniel fue el primero en abrirnos
los ojos.
—El
abuelo es un viejo de un mal humor permanente, no quiere a nadie y menos a
nosotros…me parece que se casó con la abuela porque cocinaba bien. La pobre
sufría, me acuerdo cuando lavaba los platos, lloraba. Me enteré por el hijo del
jardinero que tiene un jardín privado con toda clase de frutales. Yo les
propongo que vayamos un día y le pedimos unas mandarinas, podemos repartir cada
gajo entre todos.
—Disculpá, Daniel —dijo Rami— yo prefiero que nos regale
manzanas sacados del árbol. El jardinero avisó que tiene todo rodeado de
alambre de púa. Él conoce un lugar que él mismo abrió, considerando que lo otro
era un abuso de menores, sobre todo con nosotros, éramos casi niños. Pasamos y
apareció el abuelo con el ceño fruncido y una escopeta en el hombro.
—¡Fuera
de mi jardín!
—Queremos
que nos regales unas manzanas, las más grandes que tengas, sería nuestro postre,
dale.
—Mis
bolas les daría para que coman. ¡Uyy!, lo que dije! Traten de olvidarlo, sino
sus padres me matarían. Vengan. Saquen las manzanas que más les gusten.
Arrancamos las más rojas, un montón, para
nuestros otros primos también. Luego las lustramos con las mangas.
—¡No niños,
por favor! Se comen del árbol a la boca, si unos no se creen el pecado original
y esas boludeces.
Estaban tan ricas que dejaron el árbol sin
una sola manzana, se puso tan triste aquél árbol que se murió. Pero era tan
digno que murió de pie.
El abuelo los reputeó a todos, a sus hijos
también. Se encerró para siempre en su casa. Pegó un cartel afuera: “PROHIBIDA
LA ENTRADA”…
No hay comentarios:
Publicar un comentario