Queda frente a donde se cultivan las naranjas más ricas de Buenos Aires. El aire tenía olor a naranja y se esparcía por la casa que me prestaron unos amigos locos, alemanes. Vivían seis meses en Frankfurt y seis meses en su quintón, con bosques y estanques.
Mis amigos
pensaban que todo ese lugar tenía una vibra ocupada, en revertir los estados
negativos y transformar ideas que rondaban pensamientos con belleza. Apareció
otro amigo de los chicos.
—Visito este
lugar en la época donde parecen llegar todas las luciérnagas que aman el aire
del bosque. Ese olor a naranjas las pasma y transforman su color, hay
luciérnagas amarillas, azules, rojas, todo el círculo cromático. Esto no lo
cuentes a nadie, forma parte del secreto de la casa. Conque me permitas dormir
en la buhardilla, para mí está bien.
Le dije que sí,
pero me pareció raro que los chicos no me hubieran advertido esa visita
inesperada. Le pedí de onda que me ayudara a construir estructuras de madera de
doce caras, forradas en tules casi sin gramado. Una de las caras quedaría libre
para la fiesta de lucecitas.
Los estanques
eran navegados por nenúfares blancos que las salamandras de ojos curiosos
miraban desde las orillas. Eran mejicanas, de allí las trajeron, algunas
hurgueteaban nuestros bolsos. Pasamos una noche respetando los no permitidos de
los chicos. No fumar, no tomar alcohol, no música. Escuchar sólo los sonidos de
la Naturaleza.
Cuando miramos
las estructuras con luciérnagas multicolores dentro, nuestra armonía con el
Universo, nos durmió de asombro.
Al amanecer
tenía hipotermia. Busqué mis abrigos y no estaban, mi mochila tampoco, busqué
al amigo de los chicos, había desparecido. Pintó una cruz esvástica en la pared
de la cocina.
A dos Km, había
una Seccional de Policía, declaré lo sucedido, son cabeza los tipos, me pedían
documentos y una de las razones de la denuncia, fue el hurto de mis documentos
y demás papeles.
—Bueno, lo vamos
a detener hasta averiguar si lo que dice es veraz.
Pedí hablar con
un Abogado y llamé a mi viejo, al que hacía dos años que no veía.
Me liberaron
enseguida y prometieron encontrar lo robado...
—Vos no vas a
aprender nunca, en dos años no sabía ni dónde vivías, pero para usarme, ningún
prurito. Te dije mil veces que a los alemanes no les des bola, son nazis. ¿No
te entra?
Me despidió con
el polvo que levantó su auto. Yo subí a mi moto y desde casa, llamé a
Frankfurt.
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