Nos dan miedo todas las improntas que dejaron las guerras. Cubiertas de nubes y de olvido, para comenzar otra y otra y más.
La locura de los
humanos, deformando cualquier certeza del afecto, promoviendo el odio, para
nada. Los niños que nos miran con desprecio por vernos tan cobardes, por la
caca que nos ofrecen de regalo y nosotros sin entender, morimos por el asco.
Recordar las cicatrices dejadas en mi estima, por las trompadas que Mamá pegaba
en su panza, por mi llegada inoportuna. Volver a la misma casa de la infancia,
entrar, la puerta está abierta, bajaron el sótano que ahora es de mosaicos
rojos, lo que antes fue techo, ahora es entrepiso, no existe más el olor de los
jazmines. El jardín está cubierto de baldosas.
En el fondo la
diviso a Severina, debe tener doscientos años, es un alambre, cuando me vio se
ocultó entre dos tapices. Llegaron ruidos de la calle, eran los nuevos dueños,
todos peruanos bien vestidos. Los atravesé como una sombra inexplicable, cuando
había sol y el cielo era celeste.
Hoy me dan miedo
los setenta y los gritos de compañeros llevados de los pelos. El futuro que
presiento, triste y apagado, con ausencia de ideas, tapado, resignado.
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