—Son nuestras primeras vacaciones a Uruguay, con vos Tati, mi mejor y peor amiga, con Aldo, tu marido un amor de persona y las melli, mis queridas hermanas…
—Bueno, basta! Soy tu marido el que va al
volante, no me distraigas o podemos tener algún percance, dios no lo permita.
¡Pero mirá justo aquí tenemos un corte con más de dos mil personas protestando
en contra del gobierno y otras a favor! ¿Por qué no van a joder a la casa de
gobierno? Sus logros recibirán tiros y uno que otro, muerto. Manga de inútiles…
Rita, su mujer, señaló un camino libre hasta
de mosquitos, autos y personas. Cuando rotaron con decisión el marido dijo:
—Pasamos
justo por la puerta de mi querida suegra.
—Y vos? ¿Qué tenés que decir de mi vieja,
que es una santa? A veces no siempre, claro.
Y él pasó a los pedos, ni se le ocurrió
parar a saludarla, su odio era más grande que el odio mismo. Rita lo pellizcó,
sin que nadie se diera en cuenta.
Tati le alcanzó una aguja finita para
reafirmar el castigo de su mejor peor amiga. El conductor tuvo un mareo y cayó
en un barranco. Rita se quebró la mano, a Tati se le desinfló su botox recién
hecho. Las mellis quedaron sin dientes. El marido de Rita perdió el
conocimiento y se le partió la frente. Una de las mellis, que era enfermera, le
dio media botella de cachaza y le coció la herida tipo Finochietto, ni se le
notaba.
—¿Y
después qué nueva sorpresa vamos a tener? —dijo Tati.
—¡Miren,
ahí viene un auto de la policía!
Los polis dijeron:
—¡Mirá
el batifondo que se les armó a estos! Lo mejor es seguir, a ver si encima los
tenemos que ayudar…
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