miércoles, 7 de agosto de 2024

CASAS DE LUCES

    Elisa se perdió luego de discutir con su Madre, que le cruzó la cara con una cachetada llena de uñas largas. Le salía sangre y no tenía más que su guardapolvo blanco, secó con eso la mejilla y la sangre no paraba. Elisa tenía problemas de coagulación. Cruzó el monte de noche. No la siguió nadie. Su Madre estaría mirando una película, ni se fijaría si volvía a dormir.

   Caminó unas horas pisando las agujas de las pináceas, la luz de luna llena le hacía camino hacia una casita de madera, con luz de vela. Golpeó despacio, salió un hombre y detrás una mujer. Elisa estaba llena de hambre y ellos llenos de preguntas. En la mesa no había comida, sólo libros.

   —Por favor, Sres, quiero un pedazo de pan, aunque sea viejo, después les cuento.

   Le hicieron un sándwich de jamón, queso y tomate, de postre una banana. Les contó todo Elisa, todo. Todo no, le daba pudor. Pero mientras Susi le sacaba el guardapolvo, abrió la canilla de la bacha y la fue lavando por partes. Estaba llena de moretones y la espaldita tenía cicatrices de fusta.

   Antonio intentó hablar con la Policía. Ella le pidió que no lo hiciera, su Madre era violenta porque estaba enferma. Un Psiquiátrico tampoco era conveniente.

   —Son de terror —decía Elisa, que parecía  adulta cuando hablaba y tenía nueve años.

   La pareja, con emoción contenida, le preguntaron si no quería pasar unos días en la casita de ellos. La niña dijo que sí de inmediato. Preguntó a Antonio si no podía hacer ciertos trámites. Seguro que tendría que ir ella a declarar.

   —Si vos me acompañás, Susi, me hacés un favor, seguro que me interroga el Juez de Menores. Ya viví esto más de seis veces.

   —No entendemos, Elisa, explicanos.

   Parece que cuando nació la derivaron a hogares de tránsito, donde llamaba Mamá a todas sus custodias.

   —Hasta conocer a Mamá, que me aceptó y parecía quererme. Después comenzó a sentirse frustrada, no sé por qué descargaba su furia conmigo. ¿Me pueden ayudar?

   Los dos la abrazaron y  la hicieron dormir en la camita del hijo programado, que no tuvieron. Querían protegerla como las Abuelas, que cada acolchado significaba más amor.

   —Disculpen, me muero de calor, yo con un sólo acolchado estoy bien. Le agradezco a Dios haberlos encontrado, para ser sincera, no tengo la menor idea de quién es Dios. Pero es tan famoso que a lo mejor es él que hizo que viniera con Uds.

   Pasó un año, les dieron la tenencia, cuando estaba por venir la visitadora, Elisa limpiaba todo el despelote que hacían sus Padres y los retaba como si fueran sus hijos.

   —Cámbiense la ropa, eso sí lo pueden hacer solos.

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