Meg quería parir un hijo desde antes de casarse. Pasaron cinco años y ella no podía y sufría. John le propuso inseminación in vitro.
—No!!! Así no quiero o es de los dos o nada.
Llegó el día, Meg quedó unpruned.
—No
quiero que le digamos a nadie. Será una sorpresa.
Fueron a hacer una ecografía, ella feliz y
contenta quería saber. La atendió una médica recién recibida, le pasó un
líquido tibio y recorrió el interior de la panza de Meg.
—¡Buenas
noticias mi querida! Sabés que vas a tener mellizos…
—¿No será una equivocación?
—Para nada, John, acérquese, se ve perfecto,
son dos.
Pasaron cuatro meses, ya se le notaba una
panza inmensa, parecía estar de seis. A los nueve meses, Meg no podía
soportarlo.
—Doc,
quiero una cesárea ya! Si no lo hace me muero.
No hubo
necesidad, tenía una dilatación perfecta. Primero salió una, todos esperaban la
segunda, tardó unos minutos en salir y resultó ser un niño.
A los tres años Meg, “la prodigiosa”, así le
decían, quedó embarazada y de nuevo nacieron mellizos. Es frecuente, contradiciendo,
hubo un error, fueron mellizas. Meg se practicó unas histeroctomía, para no
sufrir la terrible circunstancia de cuatro mellizos. John le regaló un pasaje,
a Córcega y Cerdeña. Le pareció un descanso bien merecido. Antes de partir le
regaló un ajuar completo con sombreros y todo. En el viaje se sintió entre
nubes mullidas que la hicieron dormir todo el viaje, con sus escalas.
A su llegada, la esperaba un ayudante
terapéutico (por las dudas) que la guiaba donde quisiera. Ella eligió una casa balconeando
al mar, le ofrecía exquisitas visiones de hombres distinguidos que la
saludaban. Era invitada todos los días a conocer nuevos lugares, luego venían
platos de mar regados con coca cola. Al atardecer hacían lo que podían y lo que
no podían también.
Hacían el amor cómodos principiantes y sus
gemidos hacían réplicas entre las piedras y el mar profundo. No se quedó corta
Meg. Siguió haciendo lo que no podía y lo que podía también. Todos sus amantes
le ofrecían casamientos imposibles, como un Príncipe griego al que casi le dijo
que sí. Cuando llegó su pasaje de vuelta, recordó lo que dejó y casi los extrañaba,
a su familia que eran multitud.
La esperaba John llorando pidiendo ayuda,
porque él no daba más, los chicos se encontraban impecables, los cuidaron
cuatro nanas.
A Meg le dieron ganas de hacer con su marido,
lo que podía y lo que no podía también. Se encerraron en sus aposentos y
tardaron una semana en salir a visitar sus dos pares de querubines. Pero los
chicos son imprevisibles, se fugaron y no hubo cristo que los encontraran.
Fueron tragados por el mar…o tal vez, quién sabe…
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