Nadie negará tu
pensamiento en la extraña virtud de tu silencio, nadie podrá con él, aunque te
arranquen las vísceras. Los entrenaron para eso y vos, que sos de hierro, te lo
bancás, les ves en los ojos, quieren partirte, vos no largás un sólo nombre,
respondés siempre igual.
—Soy Pablo
Argüelles y vivo en la Calle Hidalgo 1328.
No te dejan
descansar, hasta ellos no dan más y siguen picaneando aquí y allá, Pablo ya no
siente nada, sueña con ella, volviendo de la Facu, abrazados, si veían un auto
negro sospechoso, se daban un beso, como si el resto del mundo sobrara. El auto
aceleraba y se iba, el amor de dos los espantaba.
Ella presentó
recurso de hábeas corpus y después iba a Tribunales, todos los días y nadie
sabía nada. Los amigos abogados, trabajadores en la villa, solicitaron prueba
de vida, les mandaron un chaleco rosa con manchas de sangre. Uno de ellos fue a
ver un Gral, amigo de su Padre.
—Nosotros no
podemos hacer nada.
A la semana de
aquel encuentro, los chuparon a todos. Murió en la tortura, Pablo. A los demás
los consideraron desaparecidos.
Después de
cuarenta y tantos años, aparecen sus fotos en afiches, pegados en el Banco, en paredes,
en columnas de viejos teatros. Casi todos tienen esos grafitis encima, que no
quieren decir nada.
Si siguen así, un día van a buscar a los autores de la Revolución de Mayo de 1810.
No hay comentarios:
Publicar un comentario