Mar de las
Estepas, tenía entrantes y salientes que provenían del mar. La casa quedaba en
el mejor lugar, no había nadie. Una casa despojada, un colchón, dos clavos en
una pared, en uno había una tohalla y en otro una bikini con un jaboncito de
hotel en el piso.
—¡Qué mala que
es la guacha! ¿Cómo me va a dejar en esa casa vacía? Ella veranea en Tailandia
y pone una cara de hacerme el favor cuando me deja esta pocilga: “Pasate unos
días, tomá sol y divertite”. Y eso que es mi hermana, pero como soy pobre, me
desprecia la estúpida. Me robó todos los novios, los Maridos y hasta el amor de
mis Padres, los robó para ella y otras menudencias que prefiero olvidar. Estoy
hablando en voz alta, no sé con quién, debe ser conmigo, la única amiga que
tengo.
Puse mis piernas
apoyadas en el colchón, miré el sol al amanecer. Tomé mi primer baño, me olvidé
la bikini, pero no la tohalla. Un hombre en un bote me preguntó si no quería
dar una vuelta con él. Tenía un aspecto confiable, con una barba blanca y el
pelo le iba siguiendo el viento. Llevaba una pipa entre los dientes y hablaba
en inglés, contó sus aventuras de los caminos del mar. Mientras él hablaba,
remontaba una caña y sacaba un pez grande. Todos picaban, vi sus intenciones de
dejar el mar sin peces. Era como un abuelo generoso. El más grande me lo
regaló. Le di un abrazo gigante, él me respondió que regresaría a visitarme.
Cada vez que
venía, contaba anécdotas nuevas y comíamos el puro pescado. “Mi único compañero
es el mar”. Tenía ganas de decirle que mi única compañía era yo.
Cuando me quedé
conmigo, vi un montón de revistas tiradas en un rincón. Las miré sin interés,
hasta que aparecieron fotos de él en todas las portadas. De allí me enteré su
nombre: Ernest Hemingway.

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