Juanita y Dora
vivían juntas, hermanas venidas de España. Muy diferentes una de otra. Juanita
tenía voz de pito. Un día fue a visitar a mi Abuela. La recibieron. Dora
hablaba poco. Prefería el pelo corto. Parecía un chabón.
Fui a
visitarlas, porque me obligaron, había un olor en esa casa, mezcla de humedad
con papas fritas viejas. Mi defensa era respirar por la boca. Juré no volver
nunca más.
Juanita, poco a
poco fue perdiendo la razón. Se sentaba en el patio e insultaba a todos los
vecinos. Nadie le contestaba, pero le tiraban naranjas, tomates, bananas,
espinacas hervidas, parecía una lista de verdulería.
—Dora, limpiá
las porquerías que me arrojaron estos guanacos, coño. Juntá todas en una bolsa
y metelas en la heladera separadas. Así nos duran más.
Dora llamó a su
hermano Enrique, era un tipo muy correcto. Apareció vestido con un traje blanco
y la infaltable petaca con whisky en el bolsillo, un alcohólico público. Tenía
rosácea en la nariz, se le agrandó tanto que le llegó a tapar la boca, los ojos
y se le cayó hasta el mentón. Tenía granos y puntos negros. De pronto la nariz
creció para arriba, igualito a Cyrano de Bergerac.
Dora le contó
que no sabía cómo hacer para castigarla, detener su delirium tremens. Enrique
fue a buscar una fusta. La tomó por su tercera papada y le dio como Pacheco a
las viejas locas y molestas. Dora le pidió que se detuviera, la estaba matando
y la mató.
Dora exhaló un
largo suspiro, por fin podría disfrutar tranquila.
Los parientes la
invitaban a todos sus cumpleaños. Se confeccionó un vestido negro y largo y
llevaba regalitos comprados en el quiosco de la esquina.
—Mi más sentido
pésame. —le dije.
Y ella contestó:
A mí no me pesa
para nada. Por primera vez soy feliz.
La vi caminando
por la calle, con tacos altos y vestida de negro. Llevaba una trenza postiza.
Nos saludamos con afecto.
—Tía Dora, estás
espléndida, con ese look. ¿A dónde vas tan así?
—Fui hasta el Quiosquero,
que me dijo: “No pienso cortejarte, directo a mi casa y vamos al grano.” No
entendía nada, me querría regalar un grano de Enrique?, son muy amigos entre
ellos.
—No. Tía, no seas
ingenua, tal vez quiera…tal vez quiera…bueno, vos ya sabés. Tal vez quiere.

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