Desaprobé el
ingreso a Letras. A pesar de tener un Editor exigente, que lo de adelante lo
pasaba para el medio y lo de atrás lo escribía el Editor.
Lo editó.
Primero me alegré mucho, hasta leer la primera página. Le tiré de los pelos,
rompí las hojas una por una. Pensé en cortarle los dedos de las manos, clavarle
una navaja en la espalda, dispararle en el corazón y hacerlo una hamburguesa
con gusto a él, si se la llevo de regalo, se la va a comer toda. No le hizo
nada.
Le escribiré una
carta larga, no, mejor la mitad de una carta. Tal vez una esquela, que diga:
“Te odio, quería anoticiarte”.
La publicación
de mi nuevo libro, que publiqué yo mismo, lo pagué de mi bolsillo, batió record
de ventas y ahora ¿qué me decís? Releí lo que escribí y me pareció que no se lo
merecía. Lo pegué en cuatro dobleces, la hoja de papel la hice un bollo y la
tiré a la basura.
Hoy estoy
invitado a dar una Conferencia, en el mismo lugar donde no pude ingresar. Mi
libro es malo, debo decir, pero como los lectores son estúpidos, aplaudían de
pie. Les pedí por favor que me otorgaran un lugar para volver a anotarme en
Letras.
Dijeron:
—Sí, cómo no.
Para nosotros será un premio.
Alguien desde la
platea me arrojó un papel arrugado en el proscenio. Me tentó y lo leí. Decía:
“¡Puto!”

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