Estoy triste y
furiosa, para esto último no tengo fuerza. Escribí muchas veces el mismo
cuento, lo modifiqué, lo escurrí, me alejé y me acerqué, lo alargué, luego lo
hice corto.
Asisto a un
Curso de Letras, con una coordinadora que se leyó todo. Es una persona culta,
de gustos muy raros. En la última Clase destrozó mi cuento, hacía sugerencias
de no entender nada y correcciones sin futuro. En otras circunstancias elogiaba
mis trabajos y eso me daba alegría, empuje para seguir escribiendo todas las
cosas que quisiera. Tomaba mi libertad como una casa grande y lujosa. La
Coordinadora se divertía con mis cuentos, se ve que de pronto mudó de idea.
Soy muy
sensible, cualquier pelotudez me deja tendida. Patear mi ego es como dejarme
sin torrente sanguíneo. El entorno era propicio, había un bosque donde evitaba
los caminitos acotados que destruían la Naturaleza. Me sentaba a llorar, sé que
eso no sirve, pero por algún lado tenía que descargar mi tristeza. Fue una
mañana temprano cuando la vi, ella también lloraba. Estaba tan triste como yo.
—Hola qué tal.
—Yo bien, ¿y
vos?
La última frase
era de la calle:
—Cómo va?
—Todo bien y
vos?
No quiero dejar
nada afuera, me acusó de escribir con bizarría, por eso estoy triste. Seguiré
escribiendo, después de todo el juicio de los otros, seguro que es prejuicioso.

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