—Vos quisiste
vivir en Tandil, porque era tranquilo, porque había sólo dos edificios en
propiedad horizontal. Lo demás, el mismísimo verde y la pura sierra. Las casas
se dejaban abiertas, los autos también. Los chicos jugaban en el arroyito, sin
ninguna preocupación, dejábamos que hicieran lo que quisieran. Ahora querés
volver a Buenos aires, extrañás las sirenas y esos llamados tan privados que
los atendías dentro del ropero. Yo escuchaba tu voz: “Mañana no, pasado
tampoco, el Domingo, mejor. Él no está en casa los domingos y se lleva a los chicos. Antes de venir me
avisás.” No sabés cómo me dolió, no me expliques nada, sería mucho peor recibir
tus mentiras. Toda una actriz para engañar a un tipo como yo.
—Tengo tres
amantes, para mí no es nada. Uno es el Marido de Susana, otro tu mejor amigo y
el tercero lo conocí por la calle. Tenía cuerpo de guerrero romano y embestía
sin pedir permiso, una, una y otra vez. Me enyesaron el útero. ¡Cómo lo
lamento!, perdí a los tres. Pero en Tandil hay muchos hombres, necesitamos
vivir en Tandil.
—¿Y el yeso?
—No te
preocupes, tengo muy buena cicatrización.

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