Maravilla era
una chica maravillosa, sabía hacer cualquier cosa. Le hacía honor a su nombre.
Tenía un defecto, nunca se quiso acostar conmigo, según ella, para dejarme
dormir tranquilo. Se dedica a la parte social de la pobreza, no es Asistente
Social, pero prepara tortas de chocolate, sánguches de dos metros con jamón
crudo, queso y dulce de batata. El sánguche salía por una ventana y los chicos
recibían dos trozos cada uno.
Maravilla tejía
pulóveres para todos los chicos. Sabía tejer con dibujos infantiles de muchos
colores. En cuanto a su vida casera, limpiaba, planchaba las remeras de su
marido. Ella no quería ayuda, pensaba que la mugre de uno la tenía que sacar
uno.
Una mañana fue a
su trabajo social y apareció el día siguiente. Su Marido le dijo que nunca
había dormido tanto:
—Gracias,
Maravilla, me dejaste descansar 24 horas. No quiero ser indiscreto, pero quiero
saber qué hiciste mientras yo dormía.
—Primero, cumplí
con mi trabajo. Después fui a visitar niños, chicos y jóvenes más grandes. El
más adulto de todos brindó una sorpresa para mí sola.
—¿Y vos se la
aceptaste?
—¿Qué otra cosa
podía hacer? Era tan pero tan bueno. Dormí con él toda la noche. A decir
verdad, no dormimos, hice lo que merecía. Estudiamos nuestros cuerpos hasta que
finalmente pasó lo que pasó.
—¿Me podés decir
qué pasó?
—¿Cómo te puedo
contestar? ¡Ahh, sí! Casi me olvido, pasó.

No hay comentarios:
Publicar un comentario